Julio Jaramillo: 
La historia de un ídolo

Esta biografía fue publicada hace algún tiempo en diario El Universo. Desafortunadamente, los dueños del Site del diario ya lo han retirado de sus páginas. Por ese motivo he puesto a disposición de los lectores este archivo, para que puedan disfrutar de esta excelente publicacion. Los derechos sobre esta biografía pertenecen en su totalidad a Diario El Universo

 

“Después de muertos amarnos más...”

Era cerca del mediodía cuando una mujer con los ojos llorosos llegó a Radio Cristal y solicitó hablar con Armando Romero Rodas. Era Nancy Arroyo e iba a pedirle al conocido Director de esa radioemisora que la ayude a salvar la vida de su esposo, Julio Jaramillo.

La salud del cantante se deterioraba a pasos agigantados. Esa mañana (miércoles de ceniza), uno de los médicos que lo atendía en la clínica Domínguez había sugerido que solo llevándolo a Estados Unidos se podría evitar lo peor. Pero Julio, que ganó y derrochó una fortuna en su carrera artística, no tenía cómo pagarse el viaje.

Nancy iba con gafas oscuras y vestía de blanco y negro, por lo que un periodista que se cruzó con ella en el vestíbulo de la radio, sacó la conclusión apresurada de que el cantante acababa de morir.

Convencido de que tenía una primicia, el reportero voló a la redacción de su periódico, uno de los vespertinos de mayor circulación, que ese mismo miércoles, 8 de febrero de 1978, anunció con grandes titulares: “Murió Julio Jaramillo”.

“Brindemos hoy, compadre”


Armando Romero Rodas
recuerda todavía que cuando fue a visitar a Julio Jaramillo a la clínica, la tarde del día de su muerte, lo encontró sumamente demacrado. Aún así, medio en broma y medio en serio el cantante le pidió: “¡Compadre, consígame una cervecita!”. Asimismo, Pepe Carmona ha contado varias veces que Julio tenía una frase que repetía siempre: “¡Compadre, chupemos hoy porque a lo mejor mañana quiebran las fábricas de whisky!”. Pero a Julio Jaramillo no lo mató el trago, como a veces se ha escrito. La causa de su muerte, según el acta de defunción, no fue una cirrosis, sino un paro respiratorio y renal que se produjo cuando su organismo no pudo sobreponerse a dos operaciones que se le practicaron para extirparle cálculos en la vesícula, una de ellas provocada por él mismo cuando se arrancó las sondas conectadas a su cuerpo. Sin embargo, no cabe duda que su vida desordenada debilitó su organismo, y eso hizo muy difícil su recuperación.

Un grito en la noche

Fue suficiente. A las pocas horas, decenas de personas se agolpaban en los bajos de la clínica Domínguez, que aún funciona en el edificio esquinero de Primero de Mayo y Machala.

El Dr. Lindengrac Domínguez era médico interno y vivía en el último piso. Todavía recuerda aquella noche, cuando esa falsa noticia produjo la primera conmoción:

“Comparado con lo que pasó después, no había mucha gente. Pero mi tío, el Dr. Brístol Domínguez, Director de la clínica, tuvo que hacer pasar a dos de los hijos mayores de Julio, un muchacho y una jovencita, para que comprobaran que su padre estaba vivo. Solo entonces la gente se comenzó a retirar”.

Julio nunca supo lo que ocurrió esa noche. Su esposa y su hermano no supieron cómo decirle que un diario había informado que estaba muerto. Y cuando se permitió que sus dos hijos lo saluden desde la puerta de la habitación, estaba demasiado débil para hablar o escuchar nada.

Una semana antes, después de una delicada operación para extirparle cálculos de la vesícula, él mismo se había arrancado las sondas conectadas a su cuerpo. Los calmantes no le aliviaban el dolor y sus nervios estallaron. “Yo no nací con todos estos tubos”, se le escuchó gritar en medio de la noche, mientras su mujer y su cuñada, la esposa de su hermano Pepe, hacían lo imposible para evitar que se haga daño.

No lo consiguieron, y sin querer, él mismo se provocó una peritonitis. Los médicos se vieron obligados a practicarle una segunda intervención; pero esta vez su organismo, mal cuidado en tantos años de vida bohemia, no respondió bien, y sus signos vitales se comenzaron a deteriorar.

Fue entonces cuando un médico sugirió, en una junta médica, el viaje a Estados Unidos.

No fue una opinión unánime, pero sus colegas no se opusieron por una razón muy sencilla: en el país ya no quedaba ninguna posibilidad de salvarlo.

Por eso Nancy Arroyo estaba desesperada ese miércoles que llegó a Radio Cristal. Cuando la secretaria de Romero Rodas le anunció que el locutor la esperaba, subió al primer piso sintiendo que la vida de su marido se le escurría, como agua entre los dedos.

El popular animador de radio le ofreció su ayuda de inmediato. Su relación con Nancy nunca había sido excelente, pero eso ahora no importaba. Había que salvar a Julio.

Fueron juntos a hablar con Francisco Feraud, el dueño de la empresa que grabó los primeros discos del Ruiseñor de América, y él también comprometió su apoyo.

Pero necesitaban tiempo para reunir el dinero.

Y tiempo es lo que menos tendrían a partir de entonces.

Contuvo la respiración

Al día siguiente, las cosas se complicaron aún más. Julio parecía reanimado. Incluso recibió la visita de un par de amigos y bromeó con ellos.

Pero los médicos no ocultaban su preocupación. El corazón no andaba bien, la presión tampoco, y el sistema respiratorio estaba fuera de control.

Al caer la noche, Brístol Domínguez visitó la habitación número cuatro, en el segundo piso, para comprobar cómo seguía su paciente.

Domínguez era un ferviente admirador de Julio y se consideraba su amigo personal. Más tarde relataría a la prensa lo que pasó aquella noche:

“Cuando entré, Julio estaba conversando con su cuñada Ana María y dos enfermeras, y se reía por algo. Pregunté por qué tanta risa, y me contestaron que por un chiste. Entonces él contuvo la respiración, y un segundo después fallecía. Al momento de morir todavía conservaba esa sonrisa”.

Eso fue todo. Ninguna frase romántica, ningún gesto lírico. Pero así es la muerte. Solo es romántica en las canciones y poemas. En la realidad es un zarpazo, un tajo profundo y doloroso, que nos arrebata la vida de los seres queridos sin ninguna consideración.

A los pocos minutos llegó Romero Rodas, que había estado en el aeropuerto esperando un vuelo que traía un remedio para Julio. Cuando ingresó a la clínica, uno de los médicos de guardia le dio la noticia.

Después de unos instantes llamó a Radio Cristal y pidió que lo pongan al aire. Su voz sonó más grave que nunca cuando transmitió la noticia más triste de su carrera:

“El día de hoy, jueves 9 de febrero, a las nueve y doce minutos de la noche, acaba de fallecer en la clínica Domínguez, el gran cantante ecuatoriano, el ídolo del pueblo: Julio Jaramillo”.

Nadie imaginó lo que ocurriría entonces. De todas partes comenzó a llegar gente. A pie, en bus, en automóvil. Solos o acompañados, familias enteras o vecinos de un mismo barrio. Algunos lloraban.

Era el pueblo que abandonaba los conventillos de los alrededores y las casas de caña sobre los esteros para decirle adiós a la voz que mejor cantó sus penas y su desarraigo.

La multitud ocupó varias cuadras a la redonda e interrumpió completamente el tráfico. Los agentes de la Comisión de Tránsito pidieron refuerzos, pero no sirvió de nada. Seguía llegando gente, y aquí y allá se encendieron algunas velas. Espontáneamente, muchos grupos comenzaron a cantar Fatalidad y Nuestro Juramento.

Temeroso de que algo pudiese pasar, el Dr. Domínguez ordenó cerrar las puertas de acceso a la clínica. Sus empleados y algunos parientes que llegaron a toda prisa, formaron una improvisada guardia en los bajos del edificio.

Solo dejarían entrar a los familiares y amigos más cercanos del artista.

Una de las primeras en llegar fue Polita, la madre de Julio, que supo de la noticia cuando un vecino la fue a ver a la casa para decirle que en la radio estaban diciendo que Julito había muerto.

La decisión de Pepe

Entonces, todavía en medio de sollozos, los tres, Nancy, Pepe y Polita, tuvieron que tomar la decisión más difícil de sus vidas.

Julio les había pedido que no aceptasen ningún homenaje si moría. Lo había dicho varias veces, de manera insistente. Pero afuera, una multitud pugnaba por despedir a su cantante más querido.

La primera intención de la familia fue cumplir la última voluntad de Julio. Pero Armando Romero Rodas se dio cuenta de que afuera, en la calle, estaba pasando algo que haría historia.

Tomó del brazo al hermano mayor y lo llevó aparte:

-¡Mira Pepe, Julio ya no es de ustedes, pertenece al pueblo; y el pueblo ha venido a rendirle su tributo. No pueden negarle eso a la memoria de tu hermano, sería un gravísimo error.

Pepe aún dudó un instante. En ese momento hubiera preferido no tomar ninguna decisión; quería estar a solas para llorar la muerte de su hermano. ¿Qué otra cosa podía importar en ese instante? Pero después de pensarlo, aceptó que se organice un tributo postrero.

Quizás el mayor de los hermanos Jaramillo no se dio cuenta de que estaba tomando una decisión trascendental.

Porque si su respuesta hubiese sido diferente, habría cumplido quizás con la voluntad de Julio, pero el país y el mundo no habrían visto nunca los extraordinarios sucesos que ocurrieron luego.

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“Sobre de mi cadáver...”

Alrededor de las once de la noche, bajaron el ataúd. La multitud anónima lo cargó sobre sus hombros para llevarlo a Radio Cristal, en cuyo teatro estudio se había levantado una capilla ardiente.

Comenzó entonces un desfile interminable delante del cofre mortuorio.

Parecía increíble, pero Julio no estaba allí para cantar. Las manos encallecidas que se extendían, no lo hacían para saludarlo ni felicitarlo (“Muy bien Julito”, “Te pasaste, Jota Jota”), sino para tocar su ataúd y santiguarse.

Mientras tanto, se recibían llamadas del extranjero. Olimpo Cárdenas, Daniel Santos, Alci Acosta, querían que les dijesen que no era verdad la infausta noticia. Lucho Gatica, Leo Marini, Leo Dan, Mario Moreno “Cantinflas” y Pedro Vargas, entre otros, enviaron notas de condolencia.

Sabían muy bien que habían perdido a uno de los suyos.

Las agencias de prensa internacionales, por su parte, se desesperaban por transmitir la noticia. Sus teletipos en Venezuela, México, Perú o Colombia, funcionaron toda la noche, informando que Julio no volvería a cantar más.

Y un crespón negro, en todas las rockolas de Caracas, anunció al día siguiente que su segunda patria también lloraba y estaba de duelo por el artista.

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Un pedazo de alma

El viernes por la mañana quedó claro que el teatro estudio de Radio Cristal era muy pequeño para tanta gente. Rafael Guerrero hizo gestiones y consiguió autorización para velar al artista más popular que ha tenido Guayaquil, en el Palacio Municipal.

A las doce, bajo un sol ardiente, el ataúd volvió a la calle, con Julio vistiendo traje y corbata gris claros. Lo colocaron en una carroza fúnebre, pero la multitud le bajó las llantas porque quería cargar el cofre mortuorio ella misma.

Así lo hicieron y, en silencio, el cortejo avanzó por las estrechas calles del centro de la ciudad durante un par de horas. En aceras y ventanas se agolpaban para darle el último adiós al zorzal del Ecuador. En los portales, alguna mujer se secaba unas lágrimas, y los hombres hacían esfuerzos para no dejarse llevar por la emoción.

Entonces, sin que nadie supiese cómo ni dónde, una voz rasgó el silencio. Al principio de forma insegura, luego con más fuerza, comenzó a cantar Guayaquil de mis Amores. Al poco rato, la procesión entera le hacía coro.

Una vez en el Salón de la Ciudad, se organizó un acto sencillo. El Alcalde Raúl Baca no estaba. Nadie recuerda tampoco a ningún concejal, a ningún representante del Gobierno militar, ni a los candidatos para las anunciadas elecciones con las que Ecuador volvería a la democracia.

Sí estuvo Carlos Rubira Infante, su maestro de la juventud, quien dijo que “con la muerte de Julio Jaramillo se ha ido un pedazo de nuestra alma”. Hablaron también César Augusto Montalvo, Presidente de la Federación de Artistas; Vladislao Widerak, por la empresa Feraud Guzmán, y Rafael Guerrero, Presidente de la Asociación Ecuatoriana de Radiodifusoras.

Se anunció que la gente entraría en grupos de a seis. Pero al poco rato, el lugar estaba siendo destrozado por una multitud que quería tocar el ataúd, ver a Julio, depositar una flor. Hubo temor de que el piso no soportara tanto peso, y se resolvió que había que llevarlo al coliseo Voltaire Paladines Polo.

Nunca antes ningún artista, ningún personaje político, ninguna celebridad, había sido velado en una cancha deportiva de esas dimensiones.

El cantante del siglo

Jaime Díaz Marmolejo, periodista

Todavía paladeábamos las melodías de Los Panchos, que hacia 1955 sonaban con fuerza sus hits de comienzos de la década. Aunque para entonces se proyectaban dos monstruos de la canción romántica, y ambos de Chile: Lucho Gatica y Mona Bell. Y con caudalosa acogida Los Diamantes, cuyo repertorio no podía estar ausente de las rockolas.

En ese preciso instante se introdujo la voz de Julio Jaramillo, un cantante desconocido a quien, en principio, se confundió con Olimpo Cárdenas.

No todos los jóvenes de ese tiempo nos inclinábamos por Jaramillo, pues encontrábamos muy aguda su voz, situación que contrastaba con la tonalidad de Marini, de Albuerne, de Barrios, del mismo Santos que deslumbró con Telaraña, Se vende una casita, Virgen de Medianoche y Linda, boleros que jamás pasaron de moda.

Sin embargo, y a despecho de gratuitos detractores, Jaramillo no paró de cantar y de grabar. Coincidimos con aquellos que afirman que había llegado el eclipse de las “voces varoniles de los varones del tango” y que ahora se preferían matices menos broncos en la emisión de tonos. Y en ese plano, encajó el Ruiseñor de América.

Hay que recordar, finalmente, que Mr. Juramento es escuchado hoy más que en los tramos finales de su carrera, con la circunstancia de que la mayor parte de quienes reclaman sus canciones no tuvieron ocasión de conocerlo.

Jaramillo es una leyenda y a la hora de calificar a los valores que este país ha tenido a lo largo de esta centuria, sin duda alguna será considerado como “el cantante del siglo”.

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Simplemente pueblo

A las tres de la tarde arrancó el cortejo. El sol no golpeaba tanto y la procesión avanzó primero por el Malecón.

Empujados por la brisa, los árboles dejaban caer sus hojas, y al doblar por la Av. 9 de Octubre, un grupo de mujeres pidió cargar el ataúd.

Al llegar al Coliseo, miles más aguardaban. Eran del Barrio Garay y las Cinco Esquinas, de Mapasingue y el Parque de la Madre, de Cristo del Consuelo y el recién nacido Guasmo. Habían venido de Milagro y de Balzar, de Yaguachi Nuevo y Yaguachi Viejo, de Naranjito, de Lomas de Sargentillo y hasta de Bucay.

Era pueblo, simplemente pueblo, que toda esa tarde y luego en la noche desfiló delante de un ataúd abierto a medias, en grupos de dos mil, para no provocar aglomeraciones.

Corrió el trago, por supuesto, pero no se reportó ningún incidente importante. Y esa noche, en las cantinas de la ciudad, solamente se escuchó la voz de Jaramillo.

Recién el sábado, al tercer día de su muerte, el cortejo partió hacia su destino final. Eran las once y media de la mañana cuando las sirenas de la Comisión de Tránsito comenzaron a ulular, mientras una cadena de radio narraba para todo el país lo que allí estaba ocurriendo.

A pesar de la corta distancia, había tanta gente que el cortejo demoró hora y media en llegar al cementerio. Como para desquitarse de la tarde anterior, el sol había salido con fuerza y solo las altas palmeras proyectaban alguna sombra.

Cuando el ataúd pasó por la puerta 13, una lluvia de flores le cayó encima; los que se quedaban fuera, porque no cabían, le enviaban su último adiós.

En ese momento hubo algo de confusión. La gente se atropellaba para entrar, las mujeres perdían sus zapatos, y las elegantes esculturas de mármol parecían fuera de lugar en medio de una multitud que comenzaba a aterrorizarse. Algunos policías quisieron poner orden a golpes de bastón, pero con eso agravaron las cosas: John Barrera, un menor de 14 años, quedó muy malherido cuando una pared se le derrumbó encima.

Al llegar al nicho, Angel Oyola y Eduardo Zurita, entonaron canciones de Julio. Zurita habló para recalcar que ninguna autoridad se había hecho presente. Y Lucho Gálvez pronunció una breve oración fúnebre en la que preguntó, con una voz que se quebraba:

“¿Por qué no vimos un homenaje así cuando Julio Jaramillo estaba vivo?”.

Al terminar, la muchedumbre se alejó en silencio. Según la agencia de noticias Associated Press, hubo allí 200.000 personas que demoraron varias horas en retirarse.

Más tarde se supo que al menos dos mujeres jóvenes habían querido suicidarse el día que el pueblo enterró a Julio Jaramillo, desesperadas porque no volverían a oírlo cantar en persona.

Vagaba triste y desconsolado

Jorge Núñez, historiador

¿Por qué la voz de Julio tuvo y tiene tanta afinidad con el pasillo? ¿Por qué él, más que nadie, supo darle a nuestra canción nacional esos ribetes de “filosofía de la vida cotidiana”?

Quizás porque él mismo era un desarraigado, porque era un hijo de la cultura de la pobreza, al que el éxito había arrancado de su propio mundo para elevarlo a espacios que le eran ajenos, y que siguieron siéndolo a pesar de la fama y la fortuna que lo acompañaban.

Y porque nadie puede interpretar una “canción de desarraigo”, como es el pasillo, sino aquel que ha sido desterrado de su ser original, de su mundo primigenio, de sus afectos esenciales, y vaga triste y desconsolado, irreconocible para sí mismo, entre las luces del triunfo y las vanas alegrías que se compran con el dinero.

Bien sabido es que J. J. nunca acabó de entenderse con el éxito ni con el dinero. Con el primero, porque lo alejaba del mundo que era suyo y al que volvía, a cualquier costo, cada vez que sus compromisos profesionales le permitían una escapada.

Con el segundo, porque él, que siempre fue pobre y nunca antes pudo practicar la virtud pequeño burguesa del ahorro, tampoco entendió después los asuntos de la acumulación del capital, optando por hacer lo único que parecía normal a sus ojos de desarraigado: derrochar placenteramente el dinero que cosechaba con su labor artística. Por todo eso, en el alma de ese triunfador, que paseaba su fama por los escenarios del continente, seguían latiendo los impulsos sentimentales del antiguo zapatero del suburbio, ahondados luego por las soledades y angustias del desarraigo.

“Con el alma llena de sentimiento...”

Esos tres días, del 9 al 11 de febrero de 1978, fueron una revelación, un descubrimiento. Sin aviso ni convocatoria, decenas de miles de personas se dieron cita para decirle adiós a un hombre que horas antes agonizaba en el más completo abandono, asistido por tres o cuatro familiares y amigos solamente.

Recién entonces el país supo lo que había tenido en sus manos: a uno de los mayores cantantes del continente, a un gigante.

Julio Jaramillo caminó por las mismas calles que nosotros, se guareció bajo los mismos portales y cantó debajo de los mismos balcones, y aún así, tuvimos que esperar el cariño que vimos en su entierro para comprender el significado que tuvo su vida y su trayectoria musical.

Recién entonces nos dimos cuenta del error que cometimos cuando lo dejamos partir, de la forma en que lo hicimos, a buscar en otros países el reconocimiento que aquí se le negaba.

Nunca fue más cierto aquel refrán que dice: Nadie es profeta en su tierra.

¡Pero cuidado! Si hemos de ser justos, no podemos hacer generalizaciones equivocadas. Sí hubo alguien que reconoció desde el principio el enorme talento de este artista. No eran élites intelectuales ni políticas, es cierto, sino hombres y mujeres del pueblo, del humilde pueblo que vive en casas de caña y barro.

Ellos supieron desde el principio, de su enorme estatura. Desde que grabó Fatalidad con Rosalino Quintero, allá por 1956; desde que llenaron el teatro Guayas durante doscientas funciones consecutivas en 1957; desde aquellas madrugadas, cuando pedían sus canciones a Radio Cristal, haciendo que nazca “La hora de J. J.” en 1972, cuando el artista ya estaba en el exilio.

Para ellos, era lo más natural del mundo ir a despedirlo cuando aciago el destino nos apartó de su camino.

Quizás haya que decir entonces que aquel 11 de febrero, mientras un modesto albañil cerraba la última morada de Julio, en realidad no lo estábamos enterrando. Lo estábamos descubriendo como uno de los grandes que ha nacido en este pequeño territorio nuestro.

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El niño que quería cantar

Estamos en Guayaquil, un día cualquiera de 1943 ó 1944. Las heridas del conflicto militar con Perú aún están frescas, y los fragores de la segunda guerra mundial no se apagan. El país está en una crisis profunda, y el gobierno de Alberto Arroyo del Río mantiene descontenta a la población.

En un humilde departamento de la calle Brasil, en los alrededores del barrio del Astillero, se desarrolla la siguiente escena:

-¡Julio!

Nadie contesta.

-¡Julio!

Silencio.

-¿Dónde se habrá metido ese muchacho? ¡Oye, Julio!

La mujer echa una última ojeada a la habitación para convencerse de que allí no hay nadie. Encima de la mesa todavía están los cuadernos y lápices, pero otra vez el chico se ha ido sin terminar los deberes.

La mujer oye entonces que alguien camina sigilosamente a sus espaldas, y gira para pescar al niño por el pantalón.

-¿Creíste que te escaparías, no? ¿Qué es eso que tienes en la mano?

-Nada.

-¡Cómo que nada! De nuevo perdiendo el tiempo con esa guitarra de caña. Ahora vas a ver.

Pero cuando la mujer voltea para agarrar el “fuete”, el muchacho huye a toda velocidad. Ella aún no se ha dado cuenta, y él ya dobló por la esquina. No volverá hasta muy tarde en la noche.

Escenas como esta se habrán repetido decenas de veces antes de que Apolonia Laurido, la madre de Pepe y Julio Jaramillo, aceptase que el destino de sus dos hijos era la música.

Ellos nacieron en un momento y un lugar en que parecía que unos chicos de origen humilde solo podían aspirar a ganarse la vida como zapateros, albañiles...o delincuentes.

Pero llegaron mucho más lejos. Y lo hicieron de la manera más simple que uno podría imaginar, sobre todo Julio: siendo él mismo, un chico del barrio como cualquiera, con muchos defectos imperdonables y algunas virtudes, hijo de unos inmigrantes de provincia como tantos otros que en los años siguientes cambiarían la imagen de la ciudad.

Sin duda que la suerte lo ayudó. Pero fue reflejando ese medio como aquel niño, que prefería una guitarra de caña a cualquier otra cosa, llegaría a convertirse en uno de los más genuinos representantes de nuestra identidad nacional.

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Pantaleón Jaramillo y Apolonia Laurido, el día de su boda en la capilla del Hospital ed Aislamiento en Guayaquil, 14 de febrero de 1932.

Familia de inmigrantes

No sabemos cómo era el día en que Pantaleón Jaramillo Erazo y su hermano Damián llegaron a Guayaquil, pero podemos imaginarlo.

Habían dejado atrás a su familia en Machachi, muy cerca de Quito, huyendo de la pobreza. Probablemente el viaje les llevó varios días, quizás semanas; pero lo que vieron, cuando la lancha que habían tomado en Durán se acercó al muelle, hizo que el esfuerzo valiese la pena: el alumbrado eléctrico, los primeros automóviles, edificios imponentes como la Gobernación y el Palacio Municipal, eran signos de la prosperidad que había traído el cacao a Guayaquil.

Ambos hermanos no tuvieron dificultades para encontrar empleo, y Pantaleón hizo muchas cosas desde entonces.

Entre otras, llegó a tener cuarenta hijos. Le gustaba trabajar como sastre, pero se especializó como obrero marmolista. Y el 14 de febrero de 1932, a los 30 años, se casó con una chica de provincia que acababa de cumplir 24.

Apolonia Laurido Cáceres era descendiente de aquellos trabajadores jamaiquinos que Eloy Alfaro contrató a principios de siglo para que ayudasen en la construcción del ferrocarril. Tumbar la montaña y tender los rieles había sido un trabajo demasiado duro, que ni costeños ni serranos soportaron.

Años más tarde, Julio y Pepe se preguntarían si el amor por la música no lo habían heredado de esa sangre caribeña.

Nace un profeta

El 15 de diciembre de 1933 nació el primer hijo. Pepe siempre fue un chico muy serio, que cumplía con sus deberes y obtenía las mejores notas; pero tenía esa inclinación por la música que su madre nunca supo cómo quitársela.

Por aquellos años llegaban noticias inquietantes de Quito. Un político alto y delgado, de oratoria inflamada, José María Velasco Ibarra, había conseguido la destitución del presidente Juan de Dios Martínez Mera, y todos esperaban que muy pronto se convirtiese él mismo en presidente de la República.

Por influencia de su marido, o porque toda la gente humilde de Guayaquil hizo lo mismo, Apolonia se volvió velasquista. Con el paso del tiempo su fe aumentaría tanto que encendía velitas al pie de una foto del “profeta”, para pedir que las cosas anduviesen mejor. Cuando Velasco ganó las elecciones, Polita (como todos la llamaban) fue una de las que más se alegró.

Como para demostrarlo, al año siguiente del nacimiento de Pepe volvió a quedar embarazada.

Velasco no duró mucho en el poder. En 1935 quiso proclamarse dictador y los militares no lo dejaron. El 21 de agosto fue detenido y obligado a abandonar el país con rumbo a Colombia.

Menos de dos meses después, el 1 de octubre, en un pequeño departamento en Gómez Rendón y Villavicencio, nacía Julio Alfredo Jaramillo Laurido.

Exhausta después del esfuerzo, en el que apenas fue asistida por una partera, Polita tomó al niño en sus brazos y se prometió que él y Pepe llegarían muy lejos, y que ella se encargaría de que así fuese.

Para nada imaginó en ese momento que Julio sería un profeta de la música. Y que a él también le tocaría, un día, abandonar el país contra su voluntad.

Escombros humeantes

Polita volvió a dar a luz a comienzos de 1937, esta vez a una niña. No se ha conservado el nombre ni la fecha exacta de su nacimiento, entre otros motivos porque falleció a los cinco años.

Acongojado, Pantaleón Jaramillo decidió que él mismo fabricaría la cruz para la tumba de su pequeña. Pero cuando quiso retirarla del molde, ocurrió un accidente y le cayó encima con tanta fuerza que lo tumbó. Desangrado por un desgarramiento interno en el bazo, el padre de los Jaramillo murió ese mismo día, 2 de abril de 1941.

Pantaleón y su hija yacen juntos atrás del cementerio general, donde todavía se entierra a los pobres.

A los tres meses, el Perú invadía Ecuador. El país se movilizó para la guerra, pero Polita tenía otras cosas de qué preocuparse. Ahora tenía que hacerse cargo de sostener a su familia.

Ella ya había trabajado como auxiliar de enfermería, profesión que siempre le gustó y que le resultó conveniente por otro motivo: Julio era un niño con una salud muy frágil, que contrajo desde tifoidea hasta principios de parálisis. Cuando Polita volvió a trabajar al Hospital de Aislamiento (ahora conocido como hospital Alejandro Mann) aprovechó para internar a su pequeño hijo y hacerlo tratar. Julio arrastraría toda su vida un asma que le quedó como mal recuerdo de esos años.

Para entonces, la familia ya se había mudado a la calle Brasil, entre Coronel y Cacique Alvarez, y Julio comenzó a asistir a la Escuela Primaria de la Sociedad Filantrópica del Guayas, donde estudiaba su hermano.

A muy pocas cuadras de la casa quedaba el cuartel de los Carabineros, la temida y odiada guardia de choque del gobierno de Alberto Arroyo del Río. Hoy funciona allí la Comisión de Tránsito del Guayas. Una noche, Polita tuvo que intervenir para que los carabineros no se lleven preso al pequeño Julio de 9 años, por andar en la calle después del toque de queda.

El 28 de mayo de 1944, el pueblo se levantó para destituir al presidente Arroyo y traer de vuelta al “profeta” Velasco. Esa noche, un sector del ejército, apoyado por estudiantes universitarios y trabajadores, rodeó el cuartel de los Carabineros, que se negaron a rendirse. Los combates duraron hasta el amanecer, cuando la multitud le prendió fuego al viejo edificio de madera, con los carabineros dentro.

A tres cuadras de distancia, los hermanos Jaramillo casi no pudieron dormir esa noche. Los disparos aterrorizaron a los niños, que al amanecer, aprovechando que su madre salió a colaborar con la Cruz Roja en la atención de los heridos, se mezclaron entre los curiosos y fueron a mirar los escombros humeantes y los cadáveres carbonizados.

Nunca olvidarían esas imágenes terribles.

El maestro de música

En la calle Brasil vivía también Ignacio Toapanta. Es poco lo que se sabe de su vida. Apenas, que era profesor de música y que vivía solo en un pequeño departamento en frente de los Jaramillo.

Pronto los dos muchachos se hicieron amigos del músico, al que solían visitar. Allí, en completo desorden, encontraron guitarras, bongós, maracas y trompetas; todo un mundo de sonidos que inmediatamente los cautivó. Fue Toapanta el primero que les enseñó a tocar guitarra, y Julio se construyó una de caña para practicar en casa.

Pepe iba todos los días donde el maestro de música, pero sin descuidar sus estudios. Con su hermano y otros amigos acostumbraban meterse entre los matorrales del parque Chile a fumar cigarrillos, pero de allí no pasaba.

Julio, en cambio, no mostraba ningún interés por los libros; y cuando terminó el tercer grado, no se sabe bien si lo expulsaron, o si su madre tomó la iniciativa de cambiarlo de escuela antes de que las autoridades en la que estudiaba lo hiciesen.

La casualidad hizo que lo inscribieran en la escuela municipal Francisco García Avilés, donde era Director el profesor Lauro Dávila, autor de la letra del pasillo Guayaquil de mis amores.

Quizás fue el empujón definitivo hacia el camino que estaba a punto de tomar.

Y el pasillo, ¿cuándo nació?

Jota Jota nació el 1 de octubre de 1935, pero, ¿cuándo nació el pasillo? Nadie lo sabe con seguridad.

Una de las teorías más aceptadas es que el pasillo se originó durante las guerras de la independencia. Al menos no se han hallado referencias que se remonten a la época colonial. Según esta interpretación, el pasillo sería una adaptación del vals europeo, muy de moda a comienzos del siglo pasado.

Es posible suponer que la gente humilde escuchaba la música extranjera que se bailaba en los salones de la aristocracia, y poco a poco la fue adaptando y modificando para interpretarla con sus instrumentos (sobre todo la guitarra) y para que refleje los sentimientos y la forma de ser de un pueblo que comenzaba a forjar su identidad nacional.

Luego, los ejércitos de Bolívar se encargaron de regar aquella canción-baile por Colombia, Venezuela y Ecuador. Aunque también hay pasillos en Costa Rica y Panamá.

El nombre posiblemente proviene de la forma en que se bailaba, con pasos cortos y rápidos.

Otros autores creen que el pasillo nació en Colombia pero que llegó a nuestro país en fechas más cercanas. El periodista Alejandro Andrade Coello afirmaba que dos agregados diplomáticos colombianos lo llevaron a Quito en 1877, y que los primeros compositores ecuatorianos de pasillos fueron los quiteños Aparicio Córdoba y Carlos Amable Ortiz. En todo caso, en sus orígenes fue una música muy alegre; pero, al llegar a Ecuador   habría adquirido  un tono triste.

Pero si el pasillo no nació en Ecuador sino que es adoptado, entonces le pasó lo mismo que a Gardel en Argentina: rápidamente adquirió carta de naturalización y se convirtió en nuestro emblema musical por excelencia. Porque no cabe duda que muchos de los mejores compositores de pasillos han sido ecuatorianos. La lista completa sería demasiado larga pero tendría que incluir al menos a Carlos Rubira Infante, Nicasio Safadi, Enrique Ibáñez Mora, Francisco Paredes y Cristóbal Ojeda.

Asimismo, entre los intérpretes de pasillos famosos se destacan ecuatorianos como Julio Jaramillo y su hermano Pepe, la inmortal Carlota Jaramillo, Héctor Jaramillo, Enrique Ibáñez Mora, los hermanos Miño Naranjo, Carlos Rubira Infante, Nicasio Safadi, Fresia Saavedra y Olimpo Cárdenas, entre otros.

Dos discos que hicieron historia

Hace medio siglo, Guayaquil se conmocionó con un vals peruano triste y dulzón: Fatalidad.

En menos de una semana, el disco se agotó, convirtiéndose en el primer gran éxito musical del Ecuador. La empresa J. D. Feraud Guzmán tuvo que hacer varias ediciones extraordinarias para complacer al público, y durante meses las radioemisoras recibieron insistentes peticiones para escucharla una y otra vez en la voz de un jovencito desconocido, Julio Jaramillo, acompañado en el requinto por un cuencano no mucho mayor, Rosalino Quintero.

El fenómeno llamó la atención sobre todo porque Fatalidad era una canción muy conocida para entonces. El cantante del momento, Olimpo Cárdenas, la había grabado en Colombia un año antes y su éxito había sido extraordinario.

Originalmente, la versión de Julio Jaramillo debió ser una copia exacta de la que interpretó Olimpo. La costumbre de no ser originales, de ir siempre tras los pasos de otro, pesaba entonces tanto como ahora.

Afortunadamente, Julio decidió que, en su caso, sería diferente. Y de ese modo consiguió algo nunca visto: la misma canción alcanzó la gloria dos veces seguidas, y la segunda ocasión fue un éxito aún más rotundo que la primera.

Al poco tiempo el fenómeno se repitió con Nuestro Juramento. La pareja Jaramillo-Quintero se volvió a escuchar en casi todas las radioemisoras, y su disco rompió récords de venta que aún hoy, habiendo transcurrido más de cuarenta años, cuesta mucho alcanzar.

De pronto, Ecuador fue más visible que nunca en el mapa. Desde México hasta Buenos Aires, pasando por Lima y Caracas, ambos discos estaban de moda.

Julio no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que llegó a Montevideo y una multitud de fanáticos lo fue a recibir para volverlo a bautizar como Mr. Juramento.

¿Cómo se grabaron esas canciones que hoy constituyen un capítulo tan importante de nuestra historia cultural?

¿Por qué su éxito extraordinario?

Es lo que queremos contarles en esta ocasión.

“Nocturno, de celaje deslumbrante...”

Era el tiempo cuando todavía se bailaba merengue “apambichao”. Durante la semana, las radioemisoras tocaban los éxitos de moda, pero el viernes o sábado, al caer la noche, cuando el terrible calor de Guayaquil se convierte en brisa ribereña, las señoritas de sociedad, los jóvenes solteros, las parejas ya casadas, todos corrían presurosos para no perderse la fiesta más sonada de ese fin de semana.

La orquesta Blacio Jr., o quizás la Costa Rica Swing Boys, tocarían en el salón de alguna casa elegante. Las damas se sentarían recatadas, en un extremo, y los caballeros tomarían whisky con agua mineral, en el otro. Entonces, algún valiente se animaba y “rompía” el baile, y ya no había quien los pare. Merengue, cha-cha-cha y cumbias, intercalados con pasodobles y boleros, sonarían hasta altas horas de la noche.

Luego era de rigor pasar por las carretillas del Malecón para tomar café con leche y “aplanchados”, y comentar los chismes de la noche.

Ese era el mundo que Julio Jaramillo quiso conquistar cuando todavía no había cumplido 20 años. Y la primera oportunidad le llegó por un camino que él no esperaba: a través de la política.

“Pueblo contra trincas”

Por aquellos años, un médico guayaquileño se había convertido en el personaje político más importante de la ciudad. Carlos Guevara Moreno, fundador de CFP, era conocido por su ambición política desde que actuó como ministro de Gobierno de Velasco Ibarra.

Fue electo alcalde de la ciudad en 1952 con la consigna “Pueblo contra trincas”, y dos años más tarde lo eligieron diputado. En 1956 terció para las elecciones a la presidencia, y aunque obtuvo una votación muy alta (gracias a los votos del suburbio de Guayaquil), quedó apenas en tercer lugar.

En una de sus campañas electorales, Guevara ordenó grabar la marcha Nuestro Líder, compuesta por Ruperto Romero Carrión. La interpretación estaría a cargo del trío Los Soberanos, integrado por Abilio Bermúdez, Pedro Chinga y Alfredo Lamar.

Al acercarse el día de la grabación, Lamar, que hacía la primera voz, se quedó completamente afónico y hubo que buscarle reemplazo.

Fue entonces cuando Bermúdez se acordó del “negrito” que cantaba con Rosalino Quintero y, a toda prisa, fueron a buscarlo. Julio aceptó, y juntos concurrieron al estudio de Radio Ondas del Pacífico, donde Jota Jota dejó su voz en el acetato por primera vez.

¿Qué año ocurrió todo esto? Abilio Bermúdez dijo en cierta ocasión que había sido en 1952, cuando Guevara Moreno “estaba de candidato para presidente”. Pero posiblemente la memoria le jugó una mala pasada, porque Guevara Moreno no terció para la presidencia sino hasta 1956.

¿Habrá sido en 1954, cuando “el capitán del pueblo” se postuló para diputado? No hemos podido confirmarlo, por lo que habrá que seguir investigando hasta rescatar la fecha de ese disco histórico, del que sólo se hicieron doce copias.

Con el paso de los años, Guevara Moreno abandonó la política y el país. Dueño de una cuantiosa fortuna personal, se retiró a vivir plácidamente a Acapulco, México.

Julio, en cambio, sintió que por primera vez había tocado la gloria, y quiso volver a hacerlo.

Fue a buscar entonces a Fresia Saavedra, que a pesar de su juventud ya era una cantante con prestigio, no sólo en nuestro medio sino también en Lima.

El la había conocido en Radio América, y le expuso sus intenciones francamente: quería cantar y grabar con ella.

Fresia debe de haber quedado muy impresionada con la decisión y el carácter de aquel jovencito que había tenido el valor de buscarla, y resolvió darle una oportunidad, aprovechando sus contactos con Alfonso Murillo García, director del sello Cóndor, de Ifesa.

Probablemente a comienzos de 1955 (cuando Julio acababa de casarse) grabaron un sencillo con el yaraví Pobre mi madre querida y el pasillo Mi corazón. Rosalino Quintero los acompañó con la guitarra.

El disco no tuvo mucho éxito, pero a los pocos meses su maestro Carlos Rubira Infante le propuso grabar juntos el pasillo Esposa para el sello Onix, de J. D. Feraud Guzmán.

De nuevo contaron con el acompañamiento de Rosalino, que esta vez introdujo un cambio muy importante: por primera vez usó el requinto en una canción grabada.

“Cópialo igualito”

Franscisco Feraud y Rosalino Quintero han contado la historia de Fatalidad muchas veces, pero es tan fascinante que vale la pena volver a escucharla en sus propias palabras:

Feraud: En esa época teníamos una rivalidad muy grande con el sello Cóndor de Ifesa. Yo era muy joven y trabajaba en el mostrador del almacén de mi padre. Había una cosa que me desesperaba y es que a cada instante la gente se acercaba y pedía Fatalidad, interpretada por Olimpo Cárdenas, un disco que Ifesa había importado de Colombia y que nosotros no teníamos. Le comenté eso a mi padre y él escribió a Otoniel Cardona, de discos Victoria, en Medellín. Pero importar los discos resultaba muy caro, y más caro aún era pedir los ‘master’ para hacernos cargo de la producción. Entonces, no se, fue como una iluminación: un día lo veo pasar a Julio por 9 de Octubre (él ya había grabado el pasillo Esposa para nuestro sello), y se me ocurrió la idea de proponerle que grabe Fatalidad.

-Pero lo tienes que copiar igualito, le dije.

-No, don Pancho, igualito no, lo voy a hacer mejor, me contestó.

Rosalino: Como yo estaba a cargo de los arreglos, quise hacer una cosa muy diferente. Volví a usar el requinto en lugar de la guitarra, y le dimos a la canción un ritmo distinto, en un punto medio entre el valsesito peruano y el ecuatoriano.

Quizás por eso la primera vez que nos reunimos a grabar, me sentía muy nervioso. Además, me acababan de nombrar director del sello Onix. Y para colmo, la vida bohemia me estaba destrozando la salud, así que había decidido no volver a tomar un trago. Julio me decía “Tómese un traguito, taita, para que se calme”, pero yo no quería. Así que ese día fue un fracaso completo.

Feraud: Entonces se acostumbraba que en un mismo disco se grababan dos ritmos diferentes: un vals con un pasillo, un bolero con un vals. Buscamos un tema apropiado para el segundo lado y probamos alrededor de unas veinte canciones. Y creo que fue un acierto no poner otra canción de Olimpo Cárdenas sino un tema nuevo, como era Náufrago de Amor.

Rosalino: A los 8 días hicimos el segundo intento. En aquellos tiempos se grababa de noche para que hubiese menos ruido, porque los estudios no tenían aislamiento. Nos reunimos a eso de las 8 de la noche. Julio Aldaz fue el ingeniero. Carlos Silva Pareja estuvo en el bajo, y Carlos Sergio Bedoya y Juan Ruiz acompañaron con las guitarras. Como usábamos un solo micrófono, cada uno se tenía que hacer a un lado cuando le tocaba al otro, y Julio cantaba medio agachado. Tuvimos que hacer varias pruebas, pero al final nos salió como queríamos. Imagínese lo que hubiésemos hecho con los equipos y la tecnología que hay ahora.

Feraud: Desde el primer día la canción fue un éxito completo. En la primera semana vendimos 6.000 discos, un récord, así que de urgencia tuvimos que hacer más copias.

-o-o-o-o--

Todo esto ocurría en marzo o abril de 1956. Ese año, Camilo Ponce, candidato del Partido Social Cristiano, se convirtió en presidente del país. Un terrible terremoto azotó varias ciudades de Manabí y la Diócesis de Guayaquil se convirtió en Arzobispado. Pablo Aníbal Vela mantenía en CRE su programa El Sillón del Peluquero, y Rosario Ochoa protagonizaba con éxito increíble la radionovela La mujer sin Dios.

Ninguno de ellos supo, en ese momento, que Julio Jaramillo acababa de ingresar en los anales de la historia.

Rosalino Quintero cuenta su historia

Nací el 10 de marzo de 1930 en Cuenca. Mi afición a la música creo que viene de mi padre, que se dedicaba a arreglar bandoneones y pianos, y además tocaba muchos instrumentos.

A los doce años ya me ganaba la vida con la música. Tocaba en un conjunto que se llamaba Teddy King y sus Swing Boys y nos dirigía un alemán, Otto Liechtenstein. Tocábamos sobre todo sambas, rock, guarachas, congas, boleros.

A los catorce años, cuando integraba el Trío Los Campiranos, mi madre me dijo que tenía que escoger algo serio, pues de la música no iba a vivir, por lo que entré a trabajar en la joyería del maestro Viracocha. Allí no duré mucho, porque después de estar toda la noche tocando, no podía estar a las 8 de la mañana en la joyería. Así que me decidí por la música.

A los 20 años vine a Guayaquil. Busqué trabajo en las joyerías hasta que Fernando Maridueña, del Trio del Caribe, me presentó a la gente del medio artístico.

Mi primera actuación fue en Radio Atalaya, acompañando a las hermanas Rivadeneira. Después trabajé con el trío Los Latinos en radio Cenit. Mi primer disco fue Linda ibarreña, acompañando a Olimpo Cárdenas.

A Julio lo conocí en 1952. Fue un domingo, en radio Cóndor, y nos presentó Sergio Bedoya. “Cómo está, mucho gusto, ¿usted no canta?”, le pregunté. Y él me contestó: “No me dicen nada, pero la verdad es que yo tampoco les digo que me dejen cantar”.

Nos hicimos amigos. El me iba a buscar a mi casa y salíamos en mi bicicleta. Yo conducía y él iba en la parrilla con el requinto.

Algunas veces, faltando diez minutos para la diez, me prestaba la bicicleta y salía volado. Un día le pregunté por qué, y me contestó: “Es que, taita, si paso de las 10 de la noche, mi mamá me cae encima a fuetazos”.

El me llamaba así, taita, porque a veces Sergio Bedoya nos enseñaba algunas palabras del quechua.

He viajado varias veces al extranjero, pero nunca me atrajo vivir en otro país. La única ocasión fue en 1970, cuando viajé a Nueva York por cambiar de ambiente. Me dediqué a trabajar pintando telas en una factoría con un nombre falso. Ganaba 73 dólares por semana. En esa factoría, los puertorriqueños cantaban las canciones de Julio, pero nunca supieron que yo era Rosalino Quintero.

Un día me encontré a Rafael Jervis en el subterráneo y me dijo que me estaban buscando para que acompañe a los hermanos Miño Naranjo. Me pagaron 300 dólares y entonces dije “adiós, factoría”, y volví a la música.

Me dediqué a dar clases de guitarra por 10 dólares la hora. Pero volví porque mi hijo Jimmy me extrañaba mucho.

Hace unos años puse “La Peña Rosalino Quintero”. Allí comencé a hacer dúo con mi hijo, Jimmy con quien sigo tocando y cantando. Como siempre.

“Como un sueño fugaz...”

El éxito de Fatalidad fue tan sorprendente que, antes de terminar 1956, Julio ya había grabado una docena de discos para el sello Onix. Hojas muertas, Te odio y te quiero, Elsa, y Carnaval de la vida, fueron los títulos que alcanzaron mayor popularidad.

Hubo uno, en especial, que llegaría a hacerse famoso, Nuestro Juramento, una criolla del puertorriqueño Benito de Jesús a la que Rosalino le alteró el ritmo y la convirtió en bolero.

Años después, el famoso compositor le diría al requintista que estaba muy agradecido. Sin ese cambio de ritmo, y sin la voz de Julio, su canción seguramente habría permanecido mucho tiempo en el olvido.

Casi todos esos discos se enviaron a Lima, a la casa Smith. Su acogida fue tan grande que casi opacaron la fama que Fresia Saavedra había alcanzado por entonces en la capital peruana.

Fue entonces cuando la empresa Feraud decidió enviar una remesa de discos a México por su cuenta, arriesgándose a perder dinero.

A las pocas semanas, un señor con acento mexicano se acercó al mostrador del almacén y preguntó la manera de localizar a Julio Jaramillo. Francisco Feraud no le dio mucha importancia a este personaje que se presentaba como el gerente de Peerles, la principal fábrica de discos de México. Pero le respondió que Julio no estaba ya en el país. Había salido de gira por Perú y Chile.

Teatro lleno

En efecto, con sus primeros discos de éxito en la mano, Julio hizo dos giras importantes: primero a Cali, Colombia, acompañado de Raúl Espinoza, Luis Alarcón y Holger Jara. Allí realizó algunas presentaciones, pero sobre todo se encontró con Pepe (que había emigrado dos o tres años antes). El ejemplo de su hermano mayor seguía siendo decisivo, y sirvió para que Julio comprendiese desde muy joven la importancia de triunfar en el extranjero.

Casi inmediatamente viajó a Lima, acompañado de Rosalino Quintero, Sergio Bedoya y Juan Ruiz. Julio hubiese querido triunfar con ellos como lo habían hecho en Ecuador.

Pero después de algunas semanas en Lima con resultados desiguales, Rosalino pensó que allí no había futuro y propuso regresar. recuadro

La canción del desarraigo

¿A qué se debe la popularidad tan grande que alcanzó Fatalidad?

La voz de Julio Jaramillo fue, sin duda, el motivo más importante. Con el acompañamiento de apenas un requinto, un bajo y dos guitarras, sin grandes complicaciones musicales (y en parte, por eso mismo), Jota Jota le supo imprimir a la composición de Laureano Martínez Smart, una mezcla de dulzura y amargura, de alegría y de tristeza, que no deja de conmovernos cada vez que la escuchamos.

Sin embargo, aun sin restarle nada al talento de nuestro cantante, debemos reconocer que muy pronto este vals se reveló como una canción muy especial, con méritos propios, al punto que había triunfado antes de que Julio apareciese.

No se necesita mucho para entender por qué. Fatalidad es la canción del desarraigo. Se supone que cuenta la historia de un amor que no pudo ser; pero si la escuchamos con atención, nos daremos cuenta que toca en realidad sentimientos más profundos, más intensos: los de aquellos seres humanos que en algún momento de su vida sintieron que “la fatalidad” los “apartaba del camino” conocido, para empujarlos hacia “desconocidos cielos”.

Cuando apareció, miles de ecuatorianos estaban pasando por la experiencia dolorosa de abandonar “el más valioso joyel” que tiene un ser humano: su familia, su tierra, su hogar, para ir a la gran ciudad en busca de mejores oportunidades. La voz de Olimpo primero, y la de Julio después, mitigó esa “ansiedad pertinaz” que sentían por el mundo que habían dejado, al que el país estaba relegando, y al que nunca volverían. Su único consuelo era “esperar en las noches” el regreso “al sitio donde un beso fue chispa de su fe”.

Y Fatalidad les brindó ese consuelo.

En los intervalos de estos dos viajes, Julio realizó varias presentaciones en cines de Guayaquil. La costumbre era que, antes de la proyección de la película, un cantante de moda entretuviese al público con sus canciones preferidas. La más memorable de esas actuaciones fue la que se organizó en el teatro Guayas, propiedad de una familia entonces muy poco conocida: los Mahauad.

El antiguo edificio del teatro, en Lizardo García y 10 de Agosto, hoy sirve de templo para un culto religioso.

Inicialmente, los empresarios Armando López San Martín y Eddie Flores habían resuelto presentar a Julio los sábados y domingos. Pero el éxito fue tan grande que debieron pedirle que actúe toda la semana, dos veces por día. El público afluía sin cesar, y muchas personas acudían dos y tres veces seguidas, especialmente las mujeres.

Fue al salir de una de esas funciones cuando la policía lo detuvo por primera vez bajo la acusación de haber seducido a una menor de edad. El cantante obtuvo la libertad después de que su abogado canceló una fuerte fianza.

Al terminar aquella temporada, se estimó que había realizado 200 funciones seguidas durante casi cuatro meses.

Parece que fue después de este éxito impresionante que inició su segunda gira a Lima, aunque esta vez partió solo. Para entonces ya era remiso del servicio militar obligatorio y debió pagar una multa de 7.000 sucres para conseguir un permiso de salida por 30 días. La empresa Feraud le prestó el dinero, con la promesa de un pronto retorno.

Pero Julio no volvería sino un año después.

Del aeropuerto al cuartel

Interrumpamos aquí la secuencia de nuestra historia. Más adelante seguiremos los pasos de Julio por Lima, Santiago, La Paz, Buenos Aires y Montevideo, donde una multitud nunca antes vista acudió a recibirlo al aeropuerto. Ese viaje, aunque temprano, pertenece al capítulo de sus éxitos internacionales que trataremos en una próxima ocasión.

Volvamos por ahora a los almacenes J. D. Feraud Guzmán. Francisco Guzmán le acaba de responder al gerente de Peerles que Julio está de viaje y que no sabe cómo localizarlo.

Escuchemos cómo sigue el relato:

“Entonces ese señor me pregunta si estaba dispuesto a viajar a buscarlo, y yo por supuesto le contesté que de ningún modo. Yo era el as de las ventas en mi mostrador y por supuesto ni se me ocurrió que iba a dejar eso para ir a buscarlo a Julio. Pero mire usted cómo son las cosas, el mexicano se puso molesto y subió a hablar con mi padre. A los pocos minutos me llaman de la gerencia y mi padre me dice: hijo, prepare las maletas que sale usted para Chile de urgencia. Vaya y tráigalo a Julio”.

Feraud tuvo un éxito sólo relativo en su gestión. Julio regresó, pero ni bien el avión había aterrizado, un capitán del ejército y dos soldados lo detuvieron por remiso en el aeropuerto.

Lo condujeron al Batallón de Infantería No. 3 Pichincha, cuyo cuartel quedaba entonces en Antepara y Ballén, en el mismo edificio donde luego funcionaría el colegio Ati II Pillahuaso.

Según parece, lo asignaron a la cuarta compañía, la de armas pesadas, responsable de cargar el mortero.

Pero su vida militar fue muy especial. Durante el día, cumplía sus obligaciones como conscripto.

De noche, seguía actuando varias veces a la semana: en el teatro Apolo, en el American Park, en las radioemisoras de la localidad, y aún en el casino de oficiales.

Durante un corto período fue trasladado a la Zona Militar, como ordenanza del Jefe de Zona. Pero una noche se escapó, así que lo devolvieron al Batallón Pichincha.

Allí se quedó hasta el 3 de junio de 1959. Ese día, el gobierno de Camilo Ponce ordenó reprimir una sublevación popular en Guayaquil. El incidente culminó con una masacre y al poco tiempo el Batallón Pichincha fue trasladado a Pasaje, en la provincia de El Oro. Por unos pocos meses, Julio sintió que la vida militar se endurecía.

 

El requinto y la guitarra

Riujey Kobayashi, maestro de guitarra clásica

El requinto pertenece a una familia de guitarras de tradición muy antigua. Sus orígenes posiblemente se remontan a la terça (se pronuncia “terza“), una variedad de guitarra que se usaba en la Italia del siglo XIX y cuyos trastes son tres notas más agudas que la guitarra normal. Es probable que en América Latina los músicos locales la hayan modificado, haciéndola una quinta más aguda. De allí su nombre, requinto, y su sonido agudo tan característico.

Mauro Giuliani, músico italiano que fue amigo de Beethoven, compuso algunas piezas para terça; no existen en cambio composiciones clásicas para requinto, que es un instrumento local y popular. Quizás por esto no hay artesanos que fabriquen requintos de buena calidad. Por lo general su sonido es pobre y tiene muy poca resonancia.

En Fatalidad y Nuestro Juramento, el requinto de Rosalino Quintero hace lo que en música se llama el “contracanto”. Es decir, la voz de Julio Jaramillo interpreta la melodía de la canción y la guitarra la acompaña (aportando el ritmo y la armonía). En cambio el requinto cumple un papel intermedio: cuando Julio canta, se une al acompañamiento (aportando a la armonía); pero cuando el cantante guarda silencio, el requinto lo reemplaza y “rellena” esos intervalos con una “contramelodía”.

Hay que agregar que en ambos casos la interpretación de Rosalino es muy recatada, como si quisiese cederle el mayor protagonismo a la voz de Julio Jaramillo.

Me gustaría anotar, por último, que entre los mejores requintistas que he escuchado en Ecuador se encuentran además Homero Idrobo y Próspero Herrera. 

Nuevos amores

Por fin, el 26 de enero de 1960, terminó la conscripción y retornó a su vida de artista. Durante los cuatro años siguientes, mantuvo un intenso ritmo de actividad, con presentaciones en todo el país, intercaladas con algunas giras importantes al extranjero, especialmente la que realizó con su hermano por todo Centroamérica y México.

Al mismo tiempo, como era de esperarse, cosechó nuevos amores. El más sonado fue el que mantuvo con Blanca Garzón Salazar, la vedette más famosa y cotizada de su tiempo. Probablemente se conocieron cuando él todavía estaba en el cuartel, puesto que el primer hijo que tuvieron nació menos de un mes antes de que saliese del recinto militar.

Hay quien asegura que Blanquita fue el gran amor de Julio. Si nos guiamos por la intensidad de su relación, se podría concluir que algo de verdad hay en esa afirmación. Más de una vez protagonizaron sonados escándalos, como la ocasión en que Julio le pegó en 9 de Octubre y Boyacá, a plena luz del día; y aun así, Julio no sólo reconoció los dos hijos que tuvo con ella, sino que concurrió al Registro Civil para los trámites de rigor, algo que no hacía con frecuencia.

Pero no le fue fiel. Mientras salía con ella, mantuvo relaciones con otras mujeres, varias de las cuales (Gregoria Morán, Isabel Repetto, Gloria Peralta), le dieron otros hijos.

Entre ellas, hubo una chiquilla menor de edad. Según ciertas versiones, al principio Julio se resistió a sus requerimientos, pero no hay razones para suponer que sea verdad. Probablemente fue él quien la persiguió a sol y sombra, como hacía con todas las mujeres.

Sea como fuese, Jota Jota no tuvo idea entonces de que el paso que estaba a punto de dar lo precipitaría a la desgracia; y que la fatalidad estaba a punto de transformarlo, a él también, en un desarraigado de su propio país.

Venezolano, mexicano, uruguayo, peruano

Una noche de febrero de 1978, un ecuatoriano, cuyo nombre omitiremos, entró a una cantina en Caracas; pidió un trago y se acercó a la rockola del lugar. Le llamó la atención un crespón sobre el antiguo aparato.

-Oiga, salonero, ¿a qué se debe esto?

-¡Cómo!, ¿no se ha enterado? Ayer murió Julio Jaramillo, el gran cantante venezolano.

Casi veinte años después, otro hombre entra a un bar en la Zona Rosa de Ciudad de México y pide una “michelada” (cerveza con jugo de limón, hielo y sal). Cuando los mariachis se enteran de que es ecuatoriano, toman el micrófono para anunciar que quieren dedicarle Nuestro Juramento “al amigo que está aquí presente y que es compatriota de ese mero mexicano que fue Julio Jaramillo”.

Las dos anécdotas son reales. Pero mucha gente podría contar que le ocurrió algo parecido en otra ciudad del continente. Y es que en muchos países latinoamericanos, el pueblo considera que Julio Jaramillo le pertenece: porque “de verdad” nació allí, porque “se nacionalizó”, o simplemente porque “quiso tanto este país que era como si en realidad hubiese sido nuestro”.

Todos tienen razón. Julio no fue sólo ecuatoriano. Fue venezolano, mexicano, chileno, uruguayo. Julio fue latinoamericano.

Por algo lo escuchan en los “ranchitos” de Caracas, en los “pueblos jóvenes” de Lima, en los barrios más apartados del Gran Buenos Aires, o en Tepito y otras “colonias” de Ciudad de México.

Julio es también uno de los pocos ecuatorianos que consiguieron borrar la frontera regional. Como Carlota Jaramillo, o como los hermanos Miño Naranjo.

El no lo supo sino cuando se fue del Ecuador, empujado por sus propios errores, y por esa lamentable incapacidad que a veces demostramos para defender lo que es nuestro.

“Ando buscando refugio...”

mediados de los años sesenta, Julio había alcanzado la cúspide del éxito en su propio país. Pero no se sentía satisfecho.

Estaba en todas las rockolas, se lo escuchaba en cada esquina, y llenaba cualquier auditorio que le pusiesen por delante. Pero un sector de la alta sociedad no lo aceptaba: era de mal gusto oír a Jota Jota. Lo “chic” era bailar y enamorarse con Estela Raval y Los Cinco Latinos. A lo sumo, con Los Diamantes.
Pero no con Julio Jaramillo.

Bandoneón y violines

Cuando salía al extranjero, era otra cosa. Su segunda gira al Perú, en 1957, se prolongó por alrededor de seis meses de continuas presentaciones. En Buenos Aires conoció al empresario Aldo Legui, que inició un negocio inédito: por cierta suma, el cantante grababa un disco único, propiedad exclusiva de la persona que lo había contratado. Nadie sabe cuántos discos se hicieron así, pero se calcula que fueron decenas; nadie los conoce ni los ha escuchado, excepto sus propietarios.

En aquel viaje, Julio convirtió a Buenos Aires en su centro de operaciones. Desde allí fue a Bolivia, donde el embajador Abel Romeo Castillo organizó una recepción a la que concurrió todo el cuerpo diplomático latinoamericano. Luego viajó a Uruguay, donde decenas de miles de personas fueron a recibirlo al aeropuerto. Según ciertas versiones, la multitud fue mayor que la que acudió a recibir al presidente norteamericano Dwigth Eisenhower, que visitó Uruguay en marzo de 1960. En la capital, Montevideo, Julio llenó el Palacio de los Deportes.

Lo mismo sucedió durante su gira a Centroamérica y México, que comenzó alrededor de 1963. Pepe no podía creer que su hermano fuese tan popular, pero en cada ciudad donde paraban conseguían contratos y presentaciones.

El mayor desafío fue México. Se trataba de un mercado más exigente, que lo obligó a modificar el acompañamiento de sus canciones. Estas debieron prepararse con mayor cuidado; hubo que dejar de lado casi por completo el requinto, y se incorporó, en cambio, mayor cantidad de instrumentos. Julio llegó a cantar y grabar con trompetas, bandoneón y violines. Se hicieron nuevas versiones de Fatalidad y Nuestro Juramento, que en Ecuador no se conocen, con un acompañamiento diferente.

Dos anécdotas famosas

En 1957 Julio estaba en Lima, donde permaneció varios meses con éxito extraordinario. Una noche, mientras dormía, alguien tocó la puerta de su habitación en el hotel. Al abrir, el cantante se topó con lo que menos esperaba: una monja, que había ido a pedirle ayuda para obras de caridad. Medio dormido todavía, Julio buscó el pantalón, metió la mano en un bolsillo y le entregó a la religiosa el primer billete que encontró. Al día siguiente, la sorpresa fue mayúscula cuando leyó en un diario: “Julio Jaramillo donó 50.000 soles”. Sin darse cuenta, había entregado una pequeña fortuna a una monja desconocida que, en agradecimiento, difundió la noticia.

A mediados de los años sesenta (posiblemente en 1964) estaba en México cuando recibió una propuesta para presentarse en Buenos Aires. El avión hizo escala por pocas horas en Guayaquil y Julio no encontró mejor manera de pasar ese tiempo que visitando la peluquería del músico y cantante Julio Niama, quien no supo nunca el verdadero motivo del viaje y se encargó de contarle, a todo el que pudo, que Jota Jota había venido a Guayaquil sólo a cortarse el cabello en su gabinete.

El resultado fue que llenó repetidas ocasiones el Teatro Blanquita, y que desplazó de la cartelera a otros músicos y cantantes famosos como Javier Solís o el Trío Los Panchos.

Esa primera estancia en México terminó abruptamente por motivos no muy bien aclarados. Se sabe que tuvo un violento altercado con Gloria Reich, artista argentina a la que conoció en Buenos Aires durante un viaje que hizo desde México. Julio se casó con ella y la llevó a la capital azteca. La pelea terminó cuando el cantante le propinó una paliza y ella lo demandó. Las autoridades mexicanas estaban obligadas a condenarlo a prisión, pero debido a su enorme popularidad, optaron por deportarlo a Ecuador.
Y allí comenzó su desgracia.

Su vida era un infierno

Una muchacha menor de edad lo seguía a todas partes. Hay quienes dicen que el artista se resistió a aceptar sus insinuaciones; pero hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar a Julio Jaramillo rechazando el coqueteo de una mujer. En cualquier caso, su pasión no duró mucho. Cuando ella le reclamó que ya no se veían, él le contestó que era un hombre casado.

Resultó que el padre de la muchacha era dirigente de los estibadores de banano, uno de los gremios más poderosos de su tiempo. Furioso por la manera como Julio se había burlado de su hija, ordenó a sus hombres de mayor confianza en el sindicato que hiciesen correr el rumor de que habían violado al cantante. Y organizó las cosas de tal manera que un grupo acudiese a cada presentación del artista a pifiarlo e insultarlo.

Su vida se convirtió en un infierno. Cada vez que salía al escenario, comenzaban los gritos procaces: “meco”, “homosexual”, “te dieron por atrás”. Al principio trató de no hacer caso, pensando que sería pasajero. Pero los insultos ganaron fuerza, y llegó un momento en que ya no pudo andar sin guardaespaldas.

Para colmo, las condiciones económicas del país habían cambiado. A comienzos de los años sesenta, la bonanza bananera ya no existía. De nuevo el Ecuador se hundió en la crisis, y en las calles se comenzó a hablar de golpe de Estado, de cuartelazos y de revolución.

El mundo de la música tuvo que pagar también los platos rotos; ya no era tan fácil conseguir un contrato o una grabación. Y muchas veces, Julio debió tragarse su orgullo y seguir cantando a pesar de los gritos.

¡Qué ironía! Durante toda su vida, había hecho gala de un exacerbado machismo; y ahora sus enemigos lo hostigaban con la mayor ofensa que un machista puede imaginar.

Cierto es que no todos se unían a los gritos, pero tampoco nadie lo defendió. Acobardados, como si la acusación de homosexual los pudiese contagiar, sus fanáticos se retiraban en silencio.

La gota que derramó el vaso se produjo durante una función en el Teatro Bogotá, al pie del Cerro del Carmen. Un público de jovencitos lo pifió y lo insultó hasta que se retiró del escenario.

Esa noche, hizo un balance de su carrera. La alta sociedad no lo aceptaba; el pueblo ya no lo quería. Juró que nunca más volvería a cantar en Guayaquil.

El mal gusto de oír a Jota Jota

Francisco Febres Cordero, periodista

Había entonces un código no escrito, que era el que imponía las reglas del buen gusto. Ese buen gusto nos obligaba a los niños, por ejemplo, a comer zanahorias si estas nos eran servidas a la hora del almuerzo. El mal gusto que nos quedaba en la boca, se paliaba por el buen gusto de parecer educados. También el buen gusto nos impedía decir malas palabras ni siquiera en el instante supremo en que nos machacábamos el dedo en una puerta o nos lo torcíamos al tratar de atajar un balonazo que amenazaba convertirse en gol.

Con el pelo relamido y ataviados con pantalón corto, vivíamos de puertas para adentro. Apenas alcanzábamos a atisbar el mundo de afuera a través de la ventana, e intuíamos que allí la vida era otra cosa.

Era otra cosa porque las sirvientas (que todavía no alcanzaban la categoría de muchachas de mano o, peor, de domésticas) eran quienes con más soltura trasponían el umbral de entrada y venían de la tienda de la esquina no solo con el pan y el agua de Güitig en las manos, sino con ciertas noticias que se intercambiaban entre ellas en secreto. Entonces entendí la maravillosa dimensión del chisme, esa rutina mágica estigmatizada por nuestras mamás como cosa de mal gusto.

Quizás también porque era de mal gusto enterarse de la vida de los otros, teníamos prohibido escuchar las radionovelas que se transmitían por una cortesía de Colgate con Gardol, y que daban razón de la vida de Albertico Limonta, un hijo espúrio que reivindicó El Derecho de Nacer. Por eso, caída la tarde, nos deslizábamos al cuarto del servicio para rogar a la sirvienta que nos dejara saber el destino de Albertico y ser testigos de cómo ella, al terminar el capítulo, tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas, un detalle que también era de mal gusto, porque con el buen gusto solo era dable llorar en los funerales.

Fue en el cuarto de servicio, también, donde comencé a escuchar esa música de mal gusto que hablaba de traiciones, engaños y abandonos y que me abrió unos horizontes insospechados para tratar de entender lo que era el amor, repleto de besos y caricias de mal gusto, que el buen gusto obligaba a callar y proscribía prodigarse en público.

Y fue en la penumbra vaga del cuarto de servicio donde me fue revelada la dimensión del pasillo, esa música nacional de mal gusto, apta solo para gente de baja ralea. Y así, en reserva, casi como un pecado, aprendí que una canción podía expresar todos aquellos secretos, esas emociones que el buen gusto callaba, escondía, escamoteaba. Y entonces me convertí en cómplice de todos los seres de mal gusto que podían sufrir sin sentir vergüenza, llorar cuando la pena lo dictaba y amar con besos y caricias cuando el corazón pedía.

Así entendí por qué -muchos años más tarde- la voz de J. J. traspasó todas las barreras y fue escuchada en los sitios en que antes permaneció vedada: el mal gusto revelaba los arcanos de la vida, esos que el buen gusto ocultaba por miedo, como una manera de proteger su culpa.

“Como un sueño fugaz...”

El éxito de Fatalidad fue tan sorprendente que, antes de terminar 1956, Julio ya había grabado una docena de discos para el sello Onix. Hojas muertas, Te odio y te quiero, Elsa, y Carnaval de la vida, fueron los títulos que alcanzaron mayor popularidad.

Hubo uno, en especial, que llegaría a hacerse famoso, Nuestro Juramento, una criolla del puertorriqueño Benito de Jesús a la que Rosalino le alteró el ritmo y la convirtió en bolero.

Años después, el famoso compositor le diría al requintista que estaba muy agradecido. Sin ese cambio de ritmo, y sin la voz de Julio, su canción seguramente habría permanecido mucho tiempo en el olvido.

Casi todos esos discos se enviaron a Lima, a la casa Smith. Su acogida fue tan grande que casi opacaron la fama que Fresia Saavedra había alcanzado por entonces en la capital peruana.

Fue entonces cuando la empresa Feraud decidió enviar una remesa de discos a México por su cuenta, arriesgándose a perder dinero.

A las pocas semanas, un señor con acento mexicano se acercó al mostrador del almacén y preguntó la manera de localizar a Julio Jaramillo. Francisco Feraud no le dio mucha importancia a este personaje que se presentaba como el gerente de Peerles, la principal fábrica de discos de México. Pero le respondió que Julio no estaba ya en el país. Había salido de gira por Perú y Chile.

Teatro lleno

En efecto, con sus primeros discos de éxito en la mano, Julio hizo dos giras importantes: primero a Cali, Colombia, acompañado de Raúl Espinoza, Luis Alarcón y Holger Jara. Allí realizó algunas presentaciones, pero sobre todo se encontró con Pepe (que había emigrado dos o tres años antes). El ejemplo de su hermano mayor seguía siendo decisivo, y sirvió para que Julio comprendiese desde muy joven la importancia de triunfar en el extranjero.

Casi inmediatamente viajó a Lima, acompañado de Rosalino Quintero, Sergio Bedoya y Juan Ruiz. Julio hubiese querido triunfar con ellos como lo habían hecho en Ecuador.

Pero después de algunas semanas en Lima con resultados desiguales, Rosalino pensó que allí no había futuro y propuso regresar. recuadro

La canción del desarraigo

¿A qué se debe la popularidad tan grande que alcanzó Fatalidad?

La voz de Julio Jaramillo fue, sin duda, el motivo más importante. Con el acompañamiento de apenas un requinto, un bajo y dos guitarras, sin grandes complicaciones musicales (y en parte, por eso mismo), Jota Jota le supo imprimir a la composición de Laureano Martínez Smart, una mezcla de dulzura y amargura, de alegría y de tristeza, que no deja de conmovernos cada vez que la escuchamos.

Sin embargo, aun sin restarle nada al talento de nuestro cantante, debemos reconocer que muy pronto este vals se reveló como una canción muy especial, con méritos propios, al punto que había triunfado antes de que Julio apareciese.

No se necesita mucho para entender por qué. Fatalidad es la canción del desarraigo. Se supone que cuenta la historia de un amor que no pudo ser; pero si la escuchamos con atención, nos daremos cuenta que toca en realidad sentimientos más profundos, más intensos: los de aquellos seres humanos que en algún momento de su vida sintieron que “la fatalidad” los “apartaba del camino” conocido, para empujarlos hacia “desconocidos cielos”.

Cuando apareció, miles de ecuatorianos estaban pasando por la experiencia dolorosa de abandonar “el más valioso joyel” que tiene un ser humano: su familia, su tierra, su hogar, para ir a la gran ciudad en busca de mejores oportunidades. La voz de Olimpo primero, y la de Julio después, mitigó esa “ansiedad pertinaz” que sentían por el mundo que habían dejado, al que el país estaba relegando, y al que nunca volverían. Su único consuelo era “esperar en las noches” el regreso “al sitio donde un beso fue chispa de su fe”.

Y Fatalidad les brindó ese consuelo.

En los intervalos de estos dos viajes, Julio realizó varias presentaciones en cines de Guayaquil. La costumbre era que, antes de la proyección de la película, un cantante de moda entretuviese al público con sus canciones preferidas. La más memorable de esas actuaciones fue la que se organizó en el teatro Guayas, propiedad de una familia entonces muy poco conocida: los Mahauad.

El antiguo edificio del teatro, en Lizardo García y 10 de Agosto, hoy sirve de templo para un culto religioso.

Inicialmente, los empresarios Armando López San Martín y Eddie Flores habían resuelto presentar a Julio los sábados y domingos. Pero el éxito fue tan grande que debieron pedirle que actúe toda la semana, dos veces por día. El público afluía sin cesar, y muchas personas acudían dos y tres veces seguidas, especialmente las mujeres.

Fue al salir de una de esas funciones cuando la policía lo detuvo por primera vez bajo la acusación de haber seducido a una menor de edad. El cantante obtuvo la libertad después de que su abogado canceló una fuerte fianza.

Al terminar aquella temporada, se estimó que había realizado 200 funciones seguidas durante casi cuatro meses.

Parece que fue después de este éxito impresionante que inició su segunda gira a Lima, aunque esta vez partió solo. Para entonces ya era remiso del servicio militar obligatorio y debió pagar una multa de 7.000 sucres para conseguir un permiso de salida por 30 días. La empresa Feraud le prestó el dinero, con la promesa de un pronto retorno.

Pero Julio no volvería sino un año después.

Del aeropuerto al cuartel

Interrumpamos aquí la secuencia de nuestra historia. Más adelante seguiremos los pasos de Julio por Lima, Santiago, La Paz, Buenos Aires y Montevideo, donde una multitud nunca antes vista acudió a recibirlo al aeropuerto. Ese viaje, aunque temprano, pertenece al capítulo de sus éxitos internacionales que trataremos en una próxima ocasión.

Volvamos por ahora a los almacenes J. D. Feraud Guzmán. Francisco Guzmán le acaba de responder al gerente de Peerles que Julio está de viaje y que no sabe cómo localizarlo.

Escuchemos cómo sigue el relato:

“Entonces ese señor me pregunta si estaba dispuesto a viajar a buscarlo, y yo por supuesto le contesté que de ningún modo. Yo era el as de las ventas en mi mostrador y por supuesto ni se me ocurrió que iba a dejar eso para ir a buscarlo a Julio. Pero mire usted cómo son las cosas, el mexicano se puso molesto y subió a hablar con mi padre. A los pocos minutos me llaman de la gerencia y mi padre me dice: hijo, prepare las maletas que sale usted para Chile de urgencia. Vaya y tráigalo a Julio”.

Feraud tuvo un éxito sólo relativo en su gestión. Julio regresó, pero ni bien el avión había aterrizado, un capitán del ejército y dos soldados lo detuvieron por remiso en el aeropuerto.

Lo condujeron al Batallón de Infantería No. 3 Pichincha, cuyo cuartel quedaba entonces en Antepara y Ballén, en el mismo edificio donde luego funcionaría el colegio Ati II Pillahuaso.

Según parece, lo asignaron a la cuarta compañía, la de armas pesadas, responsable de cargar el mortero.

Pero su vida militar fue muy especial. Durante el día, cumplía sus obligaciones como conscripto.

De noche, seguía actuando varias veces a la semana: en el teatro Apolo, en el American Park, en las radioemisoras de la localidad, y aún en el casino de oficiales.

Durante un corto período fue trasladado a la Zona Militar, como ordenanza del Jefe de Zona. Pero una noche se escapó, así que lo devolvieron al Batallón Pichincha.

Allí se quedó hasta el 3 de junio de 1959. Ese día, el gobierno de Camilo Ponce ordenó reprimir una sublevación popular en Guayaquil. El incidente culminó con una masacre y al poco tiempo el Batallón Pichincha fue trasladado a Pasaje, en la provincia de El Oro. Por unos pocos meses, Julio sintió que la vida militar se endurecía.

 

El requinto y la guitarra

Riujey Kobayashi, maestro de guitarra clásica

El requinto pertenece a una familia de guitarras de tradición muy antigua. Sus orígenes posiblemente se remontan a la terça (se pronuncia “terza“), una variedad de guitarra que se usaba en la Italia del siglo XIX y cuyos trastes son tres notas más agudas que la guitarra normal. Es probable que en América Latina los músicos locales la hayan modificado, haciéndola una quinta más aguda. De allí su nombre, requinto, y su sonido agudo tan característico.

Mauro Giuliani, músico italiano que fue amigo de Beethoven, compuso algunas piezas para terça; no existen en cambio composiciones clásicas para requinto, que es un instrumento local y popular. Quizás por esto no hay artesanos que fabriquen requintos de buena calidad. Por lo general su sonido es pobre y tiene muy poca resonancia.

En Fatalidad y Nuestro Juramento, el requinto de Rosalino Quintero hace lo que en música se llama el “contracanto”. Es decir, la voz de Julio Jaramillo interpreta la melodía de la canción y la guitarra la acompaña (aportando el ritmo y la armonía). En cambio el requinto cumple un papel intermedio: cuando Julio canta, se une al acompañamiento (aportando a la armonía); pero cuando el cantante guarda silencio, el requinto lo reemplaza y “rellena” esos intervalos con una “contramelodía”.

Hay que agregar que en ambos casos la interpretación de Rosalino es muy recatada, como si quisiese cederle el mayor protagonismo a la voz de Julio Jaramillo.

Me gustaría anotar, por último, que entre los mejores requintistas que he escuchado en Ecuador se encuentran además Homero Idrobo y Próspero Herrera. 

Nuevos amores

Por fin, el 26 de enero de 1960, terminó la conscripción y retornó a su vida de artista. Durante los cuatro años siguientes, mantuvo un intenso ritmo de actividad, con presentaciones en todo el país, intercaladas con algunas giras importantes al extranjero, especialmente la que realizó con su hermano por todo Centroamérica y México.

Al mismo tiempo, como era de esperarse, cosechó nuevos amores. El más sonado fue el que mantuvo con Blanca Garzón Salazar, la vedette más famosa y cotizada de su tiempo. Probablemente se conocieron cuando él todavía estaba en el cuartel, puesto que el primer hijo que tuvieron nació menos de un mes antes de que saliese del recinto militar.

Hay quien asegura que Blanquita fue el gran amor de Julio. Si nos guiamos por la intensidad de su relación, se podría concluir que algo de verdad hay en esa afirmación. Más de una vez protagonizaron sonados escándalos, como la ocasión en que Julio le pegó en 9 de Octubre y Boyacá, a plena luz del día; y aun así, Julio no sólo reconoció los dos hijos que tuvo con ella, sino que concurrió al Registro Civil para los trámites de rigor, algo que no hacía con frecuencia.

Pero no le fue fiel. Mientras salía con ella, mantuvo relaciones con otras mujeres, varias de las cuales (Gregoria Morán, Isabel Repetto, Gloria Peralta), le dieron otros hijos.

Entre ellas, hubo una chiquilla menor de edad. Según ciertas versiones, al principio Julio se resistió a sus requerimientos, pero no hay razones para suponer que sea verdad. Probablemente fue él quien la persiguió a sol y sombra, como hacía con todas las mujeres.

Sea como fuese, Jota Jota no tuvo idea entonces de que el paso que estaba a punto de dar lo precipitaría a la desgracia; y que la fatalidad estaba a punto de transformarlo, a él también, en un desarraigado de su propio país.

EE.UU
Julio realizó varias presentaciones en distintas ciudades de Estados Unidos; la última en 1977. En la actualidad, uno de los almacenes de discos más grandes del país, Virgin Megastore, mantiene una sección especial dedicada a J. J.
MEXICO
Julio vivió allí en dos períodos diferentes. Aún se recuerdan sus presentaciones en el Teatro Blanquita. La empresa Peerles sigue distribuyendo sus discos con el éxito de siempre. La Cadena Radiodifusora Mexicana (donde debutó) aún pasa sus discos. En la Plaza Garibaldi, el famoso lugar de encuentro de los mariachis, todas las noches se escuchan sus canciones.
GUATEMALA
La primera vez que llegó, le preocupó mucho enterarse de que nadie lo conocía (acostumbrado como estaba a los recibimientos apoteósicos). Se quedó 15 días, al cabo de los cuales repitió el "fenómeno J. J."
HONDURAS
Fue el país centroamericano donde mayor éxito alcanzó. Radio Centro de Tegucigalpa mantiene un programa dedicado a J. J. En la Plaza de la Libertad (similar a la Lagartera), los grupos de músicos suelen tocar sus canciones.
EL SALVADOR
Se casó con la artista popular Coralia Valle en una ceremonia transmitida por televisión. Los gastos corrieron a cargo del canal. J. J. no había querido casarse, pero lo hizo para conquistarla. Una semana después de la boda, partió hacia Costa Rica, provocando un escándalo.
NICARAGUA
Permaneció casi un mes en Managua. Llegó a ser un ídolo y realizó muchísimas presentaciones en radio, particularmente en el programa La hora J. J.
COSTA RICA
Estuvo un mes en San José, donde compartió escenarios con Daniel Santos.
PANAMA
Cuando llegó, los artistas del medio le ofrecieron como recibimiento una noche de bohemia, que Julio recordaría hasta los últimos días de su vida.
PUERTO RICO
Julio es conocido por su amistad con Daniel Santos, con quien grabó varios discos, y por haber hecho famosa la composición Nuestro Juramento, del puertorriqueño Benito de Jesús.
VENEZUELA
Fue la segunda patria de J. J. Allí vivió por varios años, obtuvo dos discos de oro y llegó a tener su propio sello discográfico: J. J. Radio Mundial de Caracas emite todos los días un programa de una hora con sus temas
COLOMBIA
Fue el país donde hizo su primera gira internacional, alrededor de 1957. Volvió varias veces a Bogotá, Medellín y Manizales. Se radicó un tiempo entre 1975 y 1976.
PERU
Su primera visita la hizo en 1957. Mantuvo relaciones con Ana Melba, con quien procreó una hija que es cantante, Any Jaramillo. Aquí grabó en 1968 el famoso LP En la cantina, con Daniel Santos.
BOLIVIA
En 1958 fue recibido por todo el cuerpo diplomático de ese país, por iniciativa del embajador ecuatoriano Abel Romeo Castillo. A pesar de que permaneció muy pocos días (por el clima) todavía se lo recuerda.
CHILE
Durante una de sus primeras giras recorrió el país por tierra y se encontró con la sorpresa de que sus discos habían llegado antes que él. Lucho Gálvez recuerda que en los pueblos mineros mucha gente hablaba de Julio Jaramillo y tejían historias como si lo hubiesen conocido.
URUGUAY
La primera vez que llegó a Montevideo, en 1958, tuvo un recibimiento apoteósico, y lo volvieron a bautizar como Mr. Juramento. En el Coliseo de Deportes de Paisandú, la gente le lanzó monedas y billetes como homenaje que sólo se hace a artistas que alcanzan el éxito.
ARGENTINA
Allí vivió alrededor de seis meses. En el Café Idolos, de Buenos Aires, junto a un gran retrato de Gardel existe uno de J. J. de considerable tamaño. El compositor Gysso Alessio creía que el mejor intérprete de su tango Te odio y te quiero era Julio Jaramillo.

Todos somos Julio

Querido Julio:

Acabo de cerrar la última página de tu biografía. He leído tu historia con detenimiento, y no puedo dejar de preguntarme sobre el verdadero significado de tu vida y tus canciones.

Fuiste de origen humilde, y casi no tuviste oportunidades; pero no las buscaste pisoteando a los demás, sino haciendo lo que sabías hacer, y haciéndolo mejor cada día.

Sin arrastrarte a los pies de nadie, sin mentir, ni robar fondos públicos, ni estafar, te convertiste en el ecuatoriano más conocido en el extranjero.

Pudiste haber seguido el camino fácil de copiarle a otros; no esforzarte, no incursionar por terrenos inexplorados. Pero resolviste que no serías una fotocopia barata, como está de moda. Decidiste que serías tú mismo, y fue así como tocaste las estrellas con tus manos.

Leal con los amigos, generoso con los humildes, divertido hasta en las malas, estuviste a punto de convertirte en nuestro propio Cyrano de Bergerac.

Por supuesto que también recordamos tus errores. A veces es lo que mejor imitamos. Y no falta el que los enarbola y hace gala de los mismos, como queriendo ignorar que fueron tus atributos, y no esos errores, los que te hicieron inmortal.

Pero somos muchos los que quisiéramos imitar tus cualidades. No es fácil, no creas. Pero descansa tranquilo, "parcero" del alma; más pronto de lo que imaginas, aprenderemos a hacerlo. Y entonces, habrán muchos Julios en Ecuador.

Nos hacen falta.

"Volver con la frente marchita..."

Cuando Julio Jaramillo cumplió 40 años, vivía en Medellín, Colombia. Tenía casi todo lo que un ser humano puede aspirar: una familia, el éxito internacional, el futuro económico asegurado.

Le faltaba solamente un país. Porque Julio estaba convencido de que su pueblo no lo quería. Había jurado nunca volver a cantar en Ecuador, y estaba decidido a no romper esa promesa.

Para entonces, Radio Cristal llevaba algún tiempo transmitiendo todos los días 'La Hora Jota Jota'. La idea original había sido de Lauro Armijos Vega, que mientras locutaba las madrugadas de los días sábados, notó la forma insistente en que la gente llamaba a pedir canciones de Julio. Al principio, el programa fue de una hora solamente; luego se extendió a dos; y con el paso del tiempo se convirtió en uno de los eventos de mayor sintonía radial en Guayaquil.

Pero ni con esas noticias se le ocurrió a Julio que quizás había llegado la hora de regresar.

A mediados de 1976, varios factores se juntaron para hacerlo cambiar de opinión.

Primero fue Nancy. Su matrimonio en Venezuela no tenía validez. No sólo porque la familia de ella lo había hecho anular, sino porque el divorcio con María Eudocia Rivera nunca se había ejecutado. Legalmente, Julio seguía casado, y por tanto sus distintos matrimonios (con la propia Nancy, con la argentina Gloria Reich y con la salvadoreña Coralia Valle) no tenían ningún valor.

Nancy quería legalizar su relación, pero eso significaba que Julio tenía que regresar al país. Y ella comenzó, por todos los medios, a tratar de convencerlo.

Luego vino la invitación de la empresa J. D. Feraud Guzmán, que cumplía 60 años. La firma quiso que su cantante de mayor prestigio estuviese presente en los actos de conmemoración. Francisco Feraud en persona llamó por teléfono varias veces a Medellín para pedirle a Julio que viniese.

Al principio, el cantante se negó rotundamente.

Inventó cualquier excusa, pero con Nancy fue sincero: "En Guayaquil nadie me quiere, chaparrita; nada tenemos que hacer allá", le decía.

Nancy insistió tanto que al final se salió con la suya. A regañadientes, Julio aceptó venir a Guayaquil, probablemente con la idea de no quedarse mucho tiempo. Visitaría a la familia y los antiguos amigos, haría un par de presentaciones y luego regresaría a Colombia, o quizás a Venezuela.

Para que no cambiase de opinión, Feraud envió una delegación: Pedro Zurita, funcionario de la empresa, y Armando Romero Rodas, director de Radio Cristal, fueron juntos a Medellín para acompañar al cantante en su regreso.

Y ganó Barcelona

Julio era emelecista. De pequeño fue una de las pocas cosas que lo separó de su hermano Pepe, fanático barcelonista. Por eso casi no prestó atención, esa noche del miércoles 23 de julio, cuando alguien comentó que Barcelona estaba ganando un partido muy importante, mientras el avión de Braniff aterrizaba y él observaba por la ventanilla las luces de Guayaquil.

Estaba más preocupado por imaginar cómo sería el recibimiento. ¿Volverían a insultarlo y pifiarlo? ¿Estarían sus amigos y familiares en el aeropuerto?

Cuando se abrió la puerta del avión, no entendió lo que estaba pasando. Sabía que Radio Cristal había convocado a la gente para que acudiese al aeropuerto. Pero ni siquiera Armando Romero Rodas imaginó semejante respuesta. Miles de personas se agolpaban con carteles, las mujeres gritaban, centenares de pañuelos se agitaban en el aire, y la policía tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que la multitud no invadiese la pista de aterrizaje.

Aun sin reponerse de la sorpresa, mientras bajaba por las escalerillas, Julio levantó los brazos. Poco a poco una sonrisa fue ganando confianza en sus labios. Cuando entró a la terminal y abrazó a Pepe, a doña Polita, a Hugo Reyes, la alegría lo desbordaba.

Entonces lo embarcaron en una camioneta. En medio de la confusión, se separó de Nancy, que subió a un carro aparte.

La caravana avanzó hacia el centro de la ciudad. La gente en las aceras saludaba y gritaba: "¡Hola Julio!", "¡Qué dices Jota Jota!"

Casi en esos mismos instantes, Barcelona terminó de ganar el partido que estaba jugando. La multitud salió con ganas de festejar, y la voz se corrió como reguero de pólvora: "Julio Jaramillo acaba de llegar", "va camino de Radio Cristal", "hay que ir a saludarlo".

Fue la apoteosis. En el balcón de la radio, Jota Jota cantó tres o cuatro canciones, y cuando entonó Guayaquil de mis amores, la gente reunida lo acompañó desde abajo. Entonces volteó donde Nancy, que acababa de unírsele: "Sí me quieren, chaparrita, ¿te das cuenta? Sí me quieren".

Acostumbrada a semejantes recibimientos, ella simplemente asintió con una sonrisa, y lo abrazó.

Ese dolor que me mata

En los meses siguientes, todo fue éxitos para Julio. J. D. Feraud quiso que volviese volver a grabar, como antes. Después vino la televisión: durante unos meses mantuvo un programa semanal en Canal 4, cantando y presentando a sus amigos artistas. Y Radio Cristal le propuso que tuviese su propio programa.

Realizó también algunas giras. La más importante a Estados Unidos, donde visitó varias ciudades.

Asimismo, continuó sus aventuras con las mujeres, lo que provocó más de una pelea fuerte con Nancy.

Durante unos meses llegaron a separarse, y ella debió trabajar para ganarse la vida. Pero se reconciliaron, y esta vez Julio cumplió su palabra: una vez concluido el trámite del divorcio, se casaron en Durán, el 20 de octubre de 1977.

Para entonces, un dolor en el abdomen había comenzado a molestarlo.

Lo atormentaba sobre todo mientras cantaba, por el esfuerzo que debía hacer con el músculo del diafragma.

Alguien dijo que su voz no era la misma, pero no era cierto; sólo que el dolor era más agudo cuando aumentaba el volumen, o cuando debía alcanzar notas muy altas.

Se negó a acudir donde el médico, convencido de que se trataba del hígado, maltratado por tantos años de vida bohemia.

Cuando sus amigos y familiares le demostraban su preocupación, respondía que pensaba viajar a España para hacerse operar.

Poco a poco su mal estado de salud se hizo evidente. En el canal de televisión optaron por doblar su voz, pero no había manera de ocultar el deterioro de su aspecto físico.

En julio de 1977 grabó su último disco, Se me olvidó tu nombre, con Rosalino Quintero.

Pero las puertas se le estaban cerrando, incluso en las emisoras de radio, y el dinero comenzó a escasear.

Entonces se vio obligado a hacer una especie de radionovela. Nancy escribía los guiones. Cada capítulo contaba la historia de una de sus canciones, mezclando la realidad con la ficción.

El jueves 28 de enero de 1978, después de grabar un nuevo capítulo, volvieron temprano a casa. Julio se sentía mal, y se acostó. A la madrugada, se despertó con el dolor más fuerte que nunca. Nancy, asustada, lo ayudó a vestir y tomaron un taxi.

- "Rápido, señor, a la clínica Domínguez", le ordenó al taxista.

Y es que Julio había comenzado el último viaje de su vida.

El más importante.

Los cinco minutos finales
Bolívar Cevallos, médico

El destino quiso que yo fuese una de las tres personas que vieron morir a Julio Jaramillo. En ese entonces trabajaba en la clínica Domínguez, y el día que Julio falleció estaba en su habitación. Acababa de volver de mi casa, donde había ido a cambiarme de ropa, y mientras la enfermera Panchita Trujillo le pasaba un vaso de agua, me preguntó la hora. "Five minuts to nine (cinco minutos para las nueve)", le contesté en inglés, añadiendo enseguida: "Tú debes saber inglés porque estuviste en Estados Unidos".

El cambió de tema y tomándome de la mano me preguntó por la "patuchita", refiriéndose a su mujer, Nancy Arroyo. Esas fueron sus últimas palabras.

En eso entró su cuñada, la mujer de Pepe, con una figura de San Gregorio en las manos, diciendo que doña Polita pedía que se la pasen por la cabeza. Entonces me hice a un lado y me acerqué a la ventana. Justo en ese momento tocó la puerta el Dr. Bristol Domínguez. Supe que era él porque tenía un toque muy característico. "Qué toque más tétrico", dijo la señora de Pepe, y Panchita, Julio y yo nos reímos. A lo que entró Bristol, nos vio riendo y preguntó qué pasaba.

"Es que ella dice que usted tiene un toque tétrico", le respondí. Parece que eso no le gustó al Dr. Domínguez porque pidió a la señora que salga. Y mientras ella abandonaba la habitación, preguntó:

-¿Cómo está el paciente, doctor?".
-Bien.

-¿Pero respira?
Entonces me volví donde Julio y me di cuenta que acababa de sufrir un paro cardíaco. Inmediatamente me avalancé a tratar de salvarlo. Le di un golpe en el torax gritando: "Panchita, rápido, adrenalina". Comencé a darle masajes en el pecho mientras miraba mi reloj muñequera. Por eso recuerdo muy bien la hora: eran las nueve en punto de la noche.

Fueron inútiles nuestros esfuerzos. No pudimos salvarlo.

 

El mundo del arte opina

David Reinoso,
actor de televisión

La fama que J. J. ha tenido y tiene es un fenómeno único. No hay ningún ecuatoriano tan querido ni mucho menos que lo haya superado. Eso se debe a que fue un artista del pueblo. Aunque no es mi ídolo, considero que es un simbolo de nuestra cultura.

Miguel Donoso,
escritor

Lo rescatable y admirable en Julio Jaramillo es su capacidad como artista y como cantante; asimismo, el aplomo que tuvo para conquistar el mercado internacional. Su conducta personal y su machismo son aspectos negativos que no se deben imitar.

Marco Alvarado,
pintor

Su infaltable presencia en serenatas y reuniones, su fotografía pegada en la consola de algún taxi, o los fragmentos de sus canciones decorando las tumbas en el cerro del cementerio, demuestran que la imagen de J. J. es parte de la idiosincrasia guayaquileña.

Aminta Buenaño,
periodista

Julio Jaramillo es parte de la memoria del pueblo, de sus tradiciones y de sus mitos. El pueblo vive y llora sus canciones, que las ha hecho suyas, y lo ha mitificado no solo como un personaje sino como el artista popular del siglo.

Luis Mueckay,
actor y director de teatro

Redescubrí a Julio Jaramillo cuando viví en otro país, medio desarraigado del mio. Con el tiempo, se ha vuelto un referente nacional, mejor y más digno que la selección de fútbol y los delincuentes políticos fugados.

Marcelo Báez, poeta

Jota Jota es el espejo donde la colectividad refleja sus anhelos, frustraciones y esperanzas. Es juglar, saltimbanqui, hedonista, sátiro. El le puso música y letra a los sentires colectivos. Todos queremos ser Jota Jota. Todos lo hemos sido alguna vez. Las generaciones actuales se aproximan a él con curiosidad y con el afecto de la generación precedente.

Patricia González,
cantante

Julio Jaramillo es una gloria de nuestro país que traspasó las fronteras gracias a su talento, pero el pueblo esperó que muriese para rendirle homenajes. El Ecuador perdió a una estrella que no supo valorar.

Beatriz Parra,
cantante lírica

El supo aprovechar el hermoso timbre y la tesitura de su voz, y así se convirtió en uno de los cantantes más extraordinarios que hemos tenido. De haber estudiado, sus posibilidades como tenor habrían sido sin duda muy grandes.

 

La historia de Radio Cristal

La Segunda Guerra Mundial recién estaba terminando, cuando un adolescente de 16 años tocó la puerta de las oficinas de Radio Ortiz, en Esmeraldas y Vélez.

Era Carlos Armando Romero Rodas, que quería participar en el concurso que se había convocado para seleccionar un locutor. Todavía estaba en el colegio y había notado que las chicas mostraban cierta debilidad por los animadores de moda.

Romero Rodas ganó el concurso entre 38 aspirantes. Así comenzó una carrera en la que rápidamente demostró gran iniciativa. Se ganó la confianza del propietario de la radioemisora, Dr. Rigoberto Ortiz, y al cabo de unos años lo nombraron administrador de la misma.

En 1956 sintió que estaba listo para lanzar su propia empresa. Se endeudó hasta donde pudo, adquirió unos equipos usados y alquiló una bodega en las calles Machala y Luque. El domingo 24 de febrero de ese año, a las cinco de la tarde, Radio Cristal inició sus transmisiones, con tan mala suerte que a las pocas horas se fundió el transmisor de salida. No quedó otro remedio que conectarse a la señal de Radio Ortiz, de tal manera que, durante su primer día, la flamante radio transmitió a través de una frecuencia prestada.

Romero Rodas no demoró en sobreponerse al golpe. Lejos de ofrecer los programas de siempre, la nueva radio se caracterizó por innovar, buscando la participación activa del público. En muy poco tiempo su popularidad aumentó tanto que sobrepasó a otras de mayor potencia, y en 1972 inauguró su edificio propio.

Tres años después, Lauro Armijos Vega introdujo un espacio de música popular que en las madrugadas de los sábados transmitía canciones de Julio Jaramillo. Así nació La Hora Jota Jota, uno de los programas más populares de Radio Cristal, que aún mantiene su audiencia. El programa cumplió un papel muy importante para mantener viva la presencia de Julio durante su ausencia del país.

Julio nunca murió

Charlie Zaa es, sin duda, uno de los cantantes más controvertidos de los últimos tiempos. A los viejos admiradores de Julio Jaramillo les disgusta enormemente su voz y su estilo musical.

Independientemente de que tengan razón o no, quisimos ver el fenómeno de cerca y acudimos a una de sus actuaciones.

El lugar está lleno de adolescentes que gritan, aplauden y saludan. En determinado momento, la orquesta comienza a tocar Nuestro Juramento, pero antes de que Charlie Zaa diga nada, las dos o tres mil voces jóvenes allí reunidas, empienzan a entonar la canción ellas mismas, como para demostrar que saben la letra.

El cantante, en silencio, dirige entonces el micrófono hacia la multitud, y así el improvisado coro se escucha perfectamente: "No puedo verte triste, porque me mata, tu carita de pena, tu dulce voz".

Al terminar, hacemos una pequeña encuesta para saber por qué los jóvenes admiran tanto esas canciones ya viejas y supuestamente olvidadas.

Las respuestas son muy variadas, pero en el fondo todas dicen lo mismo. Escuchemos:

-Cuando yo era niña la oía cantar a mi papá en las noches y desde entonces se me quedó...

-Mis padres me contaron que ellos se enamoraron con Nuestro Juramento.

-Yo tengo un montón de discos de Julio Jaramillo.

Dejemos que la polémica sobre Charlie Zaa continúe. Lo que está fuera de discusión es que Julio nunca murió. Sigue vivo, y su voz tiene tanta fuerza que seguirá emocionando y deleitando a nuevas generaciones por mucho, mucho tiempo.

Se pueden tejer algunas explicaciones al respecto.

Se podría argumentar, por ejemplo, que el mundo añora el romanticismo. Estamos tan saturados de guerras, estafas y mentiras que necesitamos con urgencia que alguien nos recuerde que los sentimientos humanos están vivos y laten con la misma intensidad de siempre.

Por algo vuelve a estar de moda el bolero, y Julio, que nunca pasó de moda, lleva las de ganar.

Se podría decir, también, que hay aquí encerrado cierto nacionalismo. Julio es nuestro cantante, el que triunfó en el extranjero, el que puso nuestro nombre en alto. Cuando nos hallamos de visita en cualquier ciudad americana, sea en Buenos Aires o Nueva York, por supuesto que preferimos que nos identifiquen con Julio antes que con el último político o banquero que fugó.

Por último, podríamos decir que Julio se convirtió en un paradigma para millones de ecuatorianos porque fue un triunfador. Supo vencer todos los obstáculos que la vida le puso por delante, y a nosotros, habitantes de un país muy maltratado, tantas veces humillado y siempre marginado, el triunfo nos parece tan lejano que tendemos a endiosar a los que prueban su sabor.

Todo esto es cierto.

Pero nosotros preferimos creer que Julio sigue vivo y encabezando un ejército de admiradores, por la sencilla razón de que fue un extraordinario cantante. No se necesita ser experto en música para darse cuenta que la voz que inmortalizó Fa-

talidad no es cualquier voz. Es un instrumento de esos que no se fabrican todos los días. La única diferencia es que esta vez nos tocó a nosotros el placer inmenso de poder decir que es nuestro.

Cierto es que el mundo oficial sigue sin corresponderle como debiera. Las comparaciones siempre son malas, pero el cariño de Buenos Aires por Carlos Gardel se siente en cada esquina, en la casa donde vivió, en Corrientes 348, en una enorme cantidad de monumentos y placas recordatorias, y sobre todo en multitud de festivales de música que mantienen viva una voz, que como dicen los porteños, "cada día canta mejor".

En homenaje a Julio, existe una calle que lleva su nombre, el día de su natalicio es el Día del Pasillo, y nada más.

Quizás a Julio, donde quiera que esté, eso no le importe. Ya en vida se acostumbró al desprecio del mundo oficial. Y una vez que supo que su pueblo sí lo quería, entendió que el mayor monumento que le podíamos haber construido está en un lugar muy secreto, muy cálido, muy personal: en nuestros corazones.

De allí, no lo sacará nadie.

"Estaré siempre con ustedes"
La última entrevista a Jota Jota

A mediados de enero de 1978, Gustavo Wolke Varas, locutor de Radio Cristal, realizó la última entrevista con Julio Jaramillo. En dicha ocasión el cantante emitió los siguientes conceptos:

*Me complace mucho ser cantante, vivir de canciones. Me complace mucho mi carrera. Estoy totalmente satisfecho.

*Mi mayor satisfacción fue volver al Ecuador después de tantos años de ausencia.

* Fue muy ingrato para mí abandonar Venezuela. Añoro las presentaciones en ese país.

*Me place mucho escucharme y puedo admirarme. Admiro a Jaramillo.

*Aunque he grabado casi todo tipo de música, mi preferido es el bolero.

*Esta es una carrera de muchos sinsabores, de muchas amarguras, ser cantante no es gloria. Tal vez después de mucho tiempo, con suerte, es que puede ser satisfactorio.

*A quienes quieren incursionar al mundo de la música, les aconsejaría que se preparen, que estudien en el conservatorio. No es solo con la idea de cantar que se triunfa.

*Estoy preparando un viaje a España para realizarme una operación al hígado, para ver si puedo continuar unos años más, o unos meses más, porque he hecho unos desarreglos en mi vida y estoy muy malo. Pero volveré al Ecuador.

* Amigas, amigos, no me queda sino decirles gracias, un millón de gracias por escuchar este programa. Gracias por escuchar la Hora Jota Jota. Es un programa que día a día tiene mayores oyentes y me complace mucho escucharla para oír las dedicatorias de mis admiradores. Trataré de estar siempre con ustedes complaciendo sus peticiones.

Los Hijos de Julio Jaramillo

Ecuatorianos

Nombre Fecha de nacimiento  Madre
1. Julio Francisco Jaramillo Sánchez 9/ 3/ 1955 Odalia Sánchez Moreno
2. Julio Angel Jaramillo Rivera 21/7/1958  María Rivera Echeverría
3. María Angélica Jaramillo Rivera 31/10/1955 María Rivera Echeverría
4. Yolanda Marisela Jaramillo Morán   10/ 5 /1957 Gregoria Morán
5. Magali del Rocío Jaramillo Rivera  7/6/1957 Teresa Rivera
6. Ninfa Odalia Jaramillo Sánchez 19/11/1957 Odalia Sánchez Moreno
7. Oswaldo Hipólito Jaramillo Sánchez 21/7/1958 Odalia Sánchez Moreno
8. Julio Alfredo Jaramillo Garzón 4/1/1960 Blanca Garzón Salazar
9. Juan Alfredo Jaramillo Morán 22/6/1960 Gregoria Morán
10. Debie Patricia Jaramillo Garzón 11/5/1962 Blanca Garzón Salazar
11. Sandra Julieta Jaramillo Repetto 1964 Isabel Repetto
12. José Luis Jaramillo Repetto 24/5/1964 Norma Isabel Repetto García
13. Julio Alfredo Jaramillo Peralta 20/6/1965 Gloria Peralta Olivero
Venezolanos
14. Julio Alfonso Jaramillo Arroyo 
18/6/1971 Nancy Arroyo Henao

Otros hijos en el extranjero

Venezolanos
15. Ninfa Patricia
16. Julia Ninosca
17. Nadia Josefina
18. Juan Francisco
19. Luis Alfredo
20. Katiuska Polita
21. Angel Luis
22. Julio Alfonso
Mexicanos
23. Julia Marina
Peruanos
24. Ana Lidia
Chilenos
25. Cecilia Augusta
Norteamericanos
26. Willy Hers
Colombianos
27. Julio Alfonso

¡Muchas gracias!

Seguir la vida de Julio Jaramillo, paso a paso, no hubiera sido posible sin la ayuda de muchísima gente que brindó su colaboración.

Su hermano Pepe nos recibió en Quito para hablar sobre su familia y su infancia. Francisco Feraud y Rosalino Quintero conversaron largamente sobre sus primeros éxitos artísticos. Lo mismo hizo el maestro Carlos Rubira Infante. Nancy Arroyo y su hijo, Julio Jaramillo Arroyo, nos contaron de su estancia en el extranjero. Armando Romero Rodas aportó datos sobre su regreso, al igual que Lucho Gálvez. El Dr. Bolívar Cevallos nos habló de su enfermedad y su muerte.

Nuestro trabajo se facilitó gracias a la investigación de dos periodistas ya fallecidos, Livingston Pérez y Francisco Romero, "Pancholín". Su trabajo pionero será recordado por mucho tiempo. Asimismo conocimos un trabajo inédito de Franklin Briones.

Un agradecimiento especial merecen todos aquellos que nos dieron valiosas opiniones sobre Julio; sus nombres aparecen en el fascículo correspondiente.

Hay muchas otras personas que no alcanzamos a nombrar por falta de espacio, y que contaron una anécdota, corrigieron una fecha o nos dijeron dónde conseguir un dato que faltaba. Entre ellas se encuentran el personal del Registro Civil, que con gran dedicación buscaron los documentos legales de Julio, sus matrimonios y sus hijos.

Tampoco podríamos nombrar a los miles de fanáticos que mantienen viva la memoria de Julio. Y son ellos, precisamente, los que merecen nuestro mayor agradecimiento.